viernes, 12 de junio de 2015

De cara a la galería...


Hoy me despierto, cansado, he pasado una mala noche, como de costumbre. El cuerpo me pesa, me siento aletargado. Aun soñoliento, tras unos minutos de inmersión en los pensamientos que acaban de conectarse de nuevo con mi parte consciente, decido levantarme. Me dirijo al baño, aprisa, quizás sea ese el impulso por el que he decidido moverme de entre las confortables sábanas del anonimato y del olvido. Abro el grifo del agua caliente de la bañera y, mientras la habitación se difumina por el vapor, me observo en el espejo. Desgreñado, con esa barba despeinada por el desconsuelo, con las ojeras típicas, fruto de una noche removida por el subconsciente. Me meto en la bañera y dejo, por unos minutos, que el agua caliente caiga por mi cuerpo antes de enjabonarme desmesuradamente, como si quisiera limpiar mi conciencia. Al salir de la ducha me siento mejor, más enérgico, aun cuando noto mis músculos relajados por el efecto que el calor produjeron en ellos. Me seco, me peino y me afeito, casi sistemáticamente, sin esfuerzo, pero sin tesón. Me dirijo a la habitación, dejando en el frío mármol las huellas de la desilusión con la que desperté hace tan solo unos minutos. Abro el armario, y con apatía escojo lo primero que veo. Pantalón vaquero, desgastados como yo, quizás de tanto uso, pero me gustan esos vaqueros, son cómodos; camisa a rayas y zapatillas deportivas, como de costumbre, por inercia.

También por inercia, enciendo en el ordenador, miro el correo y las redes sociales. Quedo anonadado, impresionado y encandilado por el positivismo que se respira ahí dentro. Empatía máxima en todos los sentidos. “No podemos cambiar lo ocurrido, pero sí en la manera en que nos afecta”, “somos dueños de nuestro propio destino”, “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento no lo es”, “el arte de vivir mejor con menos” “cómo las emociones que no se aceptan se manifiestan en nuestro cuerpo”. Genial, “y yo con estos pelos”.

Un día me di cuenta cómo comíamos, sin inmutarnos, mientras veíamos en el televisor las imágenes del asesinato de Kennedy. Era el 50 aniversario de su muerte y en las noticias reprodujeron, por enésima vez, las imágenes. Nosotros las comentábamos, apenas apartando la cuchara de plato. Ahora, en los tiempos que corren, podemos disfrutar de un suculento almuerzo mientras vemos imágenes de sesos esparcidos. Es a lo que yo llamo “normalización de la situación”. Piénsalo un instante, ¿cuántas situaciones que al principio parecen adquirir una importancia extrema, con el paso del tiempo, dejan de tener esa importancia por la mera repetición de la situación? Más de las que debiéramos, seguro.

La explicación, de nuevo, está en nuestro cerebro. Algo relevante, novedoso, nuevo, tiene impacto en nuestro cerebro, pues él quiere aprender. Atiende al estímulo y elabora, con la información que proviene de él, una acción, ya sea mecánica, externa, o simplemente un pensamiento, interna. Pero cuando la situación, el estímulo, se repite una y otra vez, el cerebro deja de prestarle atención, pues ésta, la atención, es limitada y el cerebro prefiere invertirla en algo novedoso, que le haga aprender.

Ahora, con todo esto de las redes sociales, ocurren dos cosas.

La primera, y más inquietante, es que pensamos que con poner una frase bonita en nuestro perfil social ya estamos ayudando. La intención es buena, trasmitir optimismo, bondad, amor, amistad y cariño. Ayuda a los necesitados, abrazos de luz, amor por los animales y comprensión ante la injusticia del mundo. Con eso nos basta por que el “mensaje” ya está ahí, tus buenas intenciones esparcidas por el ciberespacio, a expensas de ser capturadas por aquellos necesitados.

La segunda, es que normalizamos todas esas frases positivas, de manera que no producen efecto en nosotros, pues éstas ya no son novedosas, ya no nos hacen pensar. Nuestro cerebro se ha acostumbrado tanto a ellas que las obvia, las pasa por alto. No tienen el efecto esperado. Quizás hasta produzca un efecto contrario en la persona necesitada, una sensación de frustración, porque después de oír todas esas frases armoniosas y positivas sigue sintiéndose igual.

Entonces la persona necesitada se deprime y busca ayuda física. Pero no existe nadie físico porque ellos ya se han duchado, afeitado y peinado, han lavado su conciencia, su karma, o como queramos llamarlo. Da igual que cogieran los vaqueros desgastados, la camisa de siempre y las deportivas, pues ellos ya han hecho lo que tenían que hacer. Y esa situación se está normalizando, tristemente

Cada vez estamos más conectados con el mundo y más solos en él.

Tómate tu tiempo y piensa en ello un instante. Piensa en la gente que necesita ayuda, la gente cercana, y piensa si realmente estás haciendo lo que realmente puedes. ¿Es congruente lo que haces con lo que dices que haces, o estás dándote un lavado de cara, una ducha a desgana, porque es lo que se supone que debes hacer? Te basta con eso, ¿de verdad?

Vivir de cara a la galería, como dice un amigo. Vendedores de amor constante, y con eso parece bastarnos. Acallando conciencias. 

No sé si existen dos mundos diferentes, el virtual y el real. ¿En cuál quieres vivir tú?

Actúa, Ayuda.

Y no vendas amor, regálalo.


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