Hoy me despierto, cansado, he pasado una
mala noche, como de costumbre. El cuerpo me pesa, me siento aletargado. Aun
soñoliento, tras unos minutos de inmersión en los pensamientos que acaban de
conectarse de nuevo con mi parte consciente, decido levantarme. Me dirijo al
baño, aprisa, quizás sea ese el impulso por el que he decidido moverme de entre
las confortables sábanas del anonimato y del olvido. Abro el grifo del agua
caliente de la bañera y, mientras la habitación se difumina por el vapor, me
observo en el espejo. Desgreñado, con esa barba despeinada por el desconsuelo,
con las ojeras típicas, fruto de una noche removida por el subconsciente. Me
meto en la bañera y dejo, por unos minutos, que el agua caliente caiga por mi
cuerpo antes de enjabonarme desmesuradamente, como si quisiera limpiar mi
conciencia. Al salir de la ducha me siento mejor, más enérgico, aun cuando noto
mis músculos relajados por el efecto que el calor produjeron en ellos. Me seco,
me peino y me afeito, casi sistemáticamente, sin esfuerzo, pero sin tesón. Me
dirijo a la habitación, dejando en el frío mármol las huellas de la desilusión
con la que desperté hace tan solo unos minutos. Abro el armario, y con apatía
escojo lo primero que veo. Pantalón vaquero, desgastados como yo, quizás de
tanto uso, pero me gustan esos vaqueros, son cómodos; camisa a rayas y
zapatillas deportivas, como de costumbre, por inercia.
También por inercia, enciendo en el
ordenador, miro el correo y las redes sociales. Quedo anonadado, impresionado y
encandilado por el positivismo que se respira ahí dentro. Empatía máxima en
todos los sentidos. “No podemos cambiar
lo ocurrido, pero sí en la manera en que nos afecta”, “somos dueños de nuestro
propio destino”, “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento no lo es”, “el
arte de vivir mejor con menos” “cómo las emociones que no se aceptan se
manifiestan en nuestro cuerpo”. Genial, “y yo con estos pelos”.
Un día me di cuenta cómo comíamos, sin
inmutarnos, mientras veíamos en el televisor las imágenes del asesinato de
Kennedy. Era el 50 aniversario de su muerte y en las noticias reprodujeron, por
enésima vez, las imágenes. Nosotros las comentábamos, apenas apartando la
cuchara de plato. Ahora, en los tiempos que corren, podemos disfrutar de un
suculento almuerzo mientras vemos imágenes de sesos esparcidos. Es a lo que yo
llamo “normalización de la situación”. Piénsalo un instante, ¿cuántas
situaciones que al principio parecen adquirir una importancia extrema, con el
paso del tiempo, dejan de tener esa importancia por la mera repetición de la
situación? Más de las que debiéramos, seguro.
La explicación, de nuevo, está en nuestro
cerebro. Algo relevante, novedoso, nuevo, tiene impacto en nuestro cerebro,
pues él quiere aprender. Atiende al estímulo y elabora, con la información que
proviene de él, una acción, ya sea mecánica, externa, o simplemente un pensamiento, interna. Pero
cuando la situación, el estímulo, se repite una y otra vez, el cerebro deja de
prestarle atención, pues ésta, la atención, es limitada y el cerebro prefiere
invertirla en algo novedoso, que le haga aprender.
Ahora, con todo esto de las redes
sociales, ocurren dos cosas.
La primera, y más inquietante, es que
pensamos que con poner una frase bonita en nuestro perfil social ya estamos
ayudando. La intención es buena, trasmitir optimismo, bondad, amor, amistad y
cariño. Ayuda a los necesitados, abrazos de luz, amor por los animales y
comprensión ante la injusticia del mundo. Con eso nos basta por que el
“mensaje” ya está ahí, tus buenas intenciones esparcidas por el ciberespacio, a expensas de ser capturadas
por aquellos necesitados.
La segunda, es que normalizamos todas esas
frases positivas, de manera que no producen efecto en nosotros, pues éstas ya
no son novedosas, ya no nos hacen pensar. Nuestro cerebro se ha acostumbrado
tanto a ellas que las obvia, las pasa por alto. No tienen el efecto esperado.
Quizás hasta produzca un efecto contrario en la persona necesitada, una
sensación de frustración, porque después de oír todas esas frases armoniosas y
positivas sigue sintiéndose igual.
Entonces la persona necesitada se deprime
y busca ayuda física. Pero no existe nadie físico porque ellos ya se han
duchado, afeitado y peinado, han lavado su conciencia, su karma, o como queramos llamarlo. Da igual que cogieran los vaqueros desgastados, la
camisa de siempre y las deportivas, pues ellos ya han hecho lo que tenían que
hacer. Y esa situación se está normalizando, tristemente
Cada vez estamos más conectados con el
mundo y más solos en él.
Tómate tu tiempo y piensa en ello un
instante. Piensa en la gente que necesita ayuda, la gente cercana, y piensa si
realmente estás haciendo lo que realmente puedes. ¿Es congruente lo que haces
con lo que dices que haces, o estás dándote un lavado de cara, una ducha a
desgana, porque es lo que se supone que debes hacer? Te basta con eso, ¿de
verdad?
Vivir de cara a la galería, como dice un amigo. Vendedores de amor constante, y con eso parece bastarnos. Acallando conciencias.
No sé si existen dos mundos diferentes,
el virtual y el real. ¿En cuál quieres vivir tú?
Actúa, Ayuda.
Y no vendas amor, regálalo.
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