Influencia Social

"Los héroes son los que de alguna manera pueden resistir el poder de la situación y actuar por motivos nobles, o se comportan de manera que no hacen degradar a otros cuando fácilmente pueden"

Las Neuronas

"Es preciso sacudir enérgicamente el bosque de las neuronas cerebrales adormecidas; es menester hacerlas vibrar con la emoción de lo nuevo e infundirles nobles y elevadas inquietudes". Ramón y Cajal

El cambio "Duele"

"La curiosa paradoja es que cuando me acepto a mi mismo puedo cambiar".Carl Rogers.

Inteligencia Emocional

"La infancia y la adolescencia constituyen una auténtica oportunidad para asimilar los hábitos emocionales fundamentales que gobernarán el resto de nuestras vidas" Daniel Goleman

Nuestros pensamientos

"Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos". Buda

viernes, 24 de julio de 2015

Simpatía Vs Empatía.


Sin duda ahora está de moda, la moda del bienestar emocional. La búsqueda incesante y quimérica de la felicidad vendida a precio de coste a unos pobres y virtuales seres sumisos ante el frenesí que actualmente reina en pos de poseer más de todo, incluso más felicidad.

Una vez alguien me dijo que quería ir a India en sus vacaciones. Yo le pregunté que a qué parte de India quería ir, pues India es muy grande. Cara de asombro. Respuesta: “Ah, no sé, a India”.

Ahora bien, pensemos una cosa, ¿realmente nos gustan los pantalones que nos acabamos de comprar, el coche que conducimos, y que tanto esfuerzo nos está costando pagar, e incluso esa chica que nos quita el sueño cada noche? No nos engañemos, la razón por la que nos gustan nuestros pantalones de cien euros, el coche que nunca terminaremos de pagar y esa chica rubia y esbelta es porque está de moda. De hecho, si viviéramos en China comeríamos perro y no jamón.

Seguimos a las modas como los ánsares de konrad Lorenz seguían a éste mientras nadaba por el estanque, pues eran lo primero que habían visto en su vida; aunque el bueno de Lorenz nunca los alimentaría.

No hace mucho le pregunté a una persona, tras intuir la falta de capacidad de experimentar éste en sus propias “carnes” el sufrimiento ajeno, por cuán empático se consideraba que era. Bien, no sabía qué era la empatía.

Pero, al margen del desolador ataque a nuestra cultura, sí es cierto que en toda esta moda del bienestar emocional existe una palabreja de moda: empatía, que no simpatía.

Por definición:

Empatía: Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro.

Simpatía: Inclinación afectiva entre personas, generalmente espontánea y mutua.


No sé si se apreciará la diferencia entre ambas definiciones.  La primera, la empatía, no tiene por qué existir esa interrelación entre las dos personas. En la empatía te pones en el lugar del otro, mientras que en la simpatía habla de entre personas; es como si hubiera algo a cambio, ¿no lo parece?

Desglosemos el asunto un poco para entender mejor la diferencia de conceptos; y para ello permítaseme utilizar un ejemplo cotidiano. Una persona que cuenta con una vida social exitosa. No le falta nunca la compañía para ir una noche al teatro o a tomar unas cañas. Esa persona tiene un buen trabajo, dotes sociales y un estatus económico “decente”. Pero un buen día la cosa se complica. Su empresa hace recorte de personal y lo despiden. Eso le lleva a mantener fuertes disputas con su pareja y finalmente, tras romper con ésta, entra en una profunda depresión. Su economía se tambalea al mismo ritmo que su autoestima, y los sentimientos de tristeza le invaden y colapsan. Sus habilidades sociales se resienten, pues sus pensamientos ahora distan mucho de lo que fueron hace tan solo unos meses. Hundido, revuelto y trastornado por un destino cruel, traicionero e inconcebible para él hasta el momento, saca fuerzas de flaqueza y decide afrontar la situación. Comienza a ir a terapia y a buscar trabajo de nuevo. En los momentos de soledad absoluta, cuando la tristeza y el desconsuelo se apoderan de su cuerpo, mente y alma, recurre a sus amistades, esas con las que solía ir al teatro y de cañas por la ciudad. Pero él ya no es el que era, esa persona divertida y solazada, alegre, quien solía amenizar esos momentos del vino con alguna de sus alocadas anécdotas. Pero ahora también parece que ellos tampoco son los que eran, sus amigos. Todos le dan de lado, pues a nadie le apetece tener como compañero a alguien en su estado deprimido. Ahora no hay equidad, no existe esa inclinación afectiva entre personas.

Este es un claro ejemplo de simpatía. Eso sí, de simpatía extinguida.

Ahora nuestro personaje no puede dar lo que necesitan esas personas “simpáticas”. No hay reciprocidad, la reciprocidad necesaria para esa coexistencia entre dos individuos. Ahora solo queda que aflore la empatía, esa que muchos ni siquiera saben qué significa.

La empatía significa la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de sentir como éste, “de calzarnos sus zapatos”. La empatía significa estar ahí, al lado de esa persona que lo necesita, aun sin ser la tarde perfecta. La empatía significa comprender, entender, estar, escuchar sin dar consejo. No debe haber reciprocidad, pues no existe ese entre.

¿alguien dispuesto a ello?

Por supuesto que a nivel neurobiológico y neurofuncional existen diferencias significativas entre ambos términos, y se pueden observar claramente en cómo la empatía y la simpatía ocupan diferentes estructuras cerebrales con diferentes neurotransmisores formando parte del entramado juego de las emociones ajenas. A saber.

La simpatía aparece y desaparece dependiendo de lo que se obtenga a cambio. Es como el anuncio de los Donetes, que los amigos desaparecen cuando éstos se acaban. Aquí entran en juego los circuitos de recompensa del cerebro. En el cerebro emocional se encuentra el Núcleo Accumbens, el centro del placer. Éste se activa cuando un neurotransmisor específico lo invade, la dopamina. En ese momento experimentamos placer. Esto ocurre cuando predecimos que vamos a comer nuestra comida favorita, que vamos a tener relaciones sexuales o que viene a visitarnos nuestro mejor amigo, el empático. Adviértase que digo “cuando predecimos”, pues el subidón a veces se da solo con el hecho de advertir que se va a presentar eso que tanto nos gusta. La dopamina está involucrada en sustancias adictivas como la cocaína. La cocaína aumenta en proporciones muy elevadas los niveles de dopamina. Nuestro cerebro se habitúa a tal subidón y cuando se deja de consumir el polvo blanco nuestro cuerpo demanda esas grandes cantidades de cocaína. Cada vez más y más. Pero para que se activen los centros del placer no hace falta que trapicheemos con drogas. Estos también se activan cuando nos dicen algo bonito, cuando nos dan la razón en una conversación, cuando nos ríen las gracias en un bar de cañas e incluso cada vez que clican a “me gusta” en el último selfie que nos hicimos en la playa.

Ahora sabemos por qué pierdes la simpatía de las personas si estás deprimido. Si estás deprimido no tienes ganas de reírle las gracias al bromista de turno, no le darás la razón a la gente para caerle bien (de hecho hay estudios que muestran que las personas con depresión son menos hipócritas y más realistas ante cualquier tipo de situación), en definitiva, perderás la compañía y simpatía de muchos “amigos”.

Sin embargo la empatía transcurre de otra forma totalmente diferente a la simpatía. Otros circuitos neuronales, otros neurotransmisores, otras personas…

La noradrenalina es un neurotransmisor se encarga de la atención, el aprendizaje, la sociabilidad y la empatía entre otras cosas.

¿Ha oído el lector alguna vez el término “neuronas espejo”?

Son un conjunto de neuronas localizadas en la corteza prefrontal y parietal de nuestro cerebro y que se activan NO cuando hacemos o sentimos algo, sino cuando vemos hacer algo o cuando alguien siente algo. En el camino del “hacer”, estas neuronas son la base del aprendizaje por observación e imitación, la forma más eficaz de aprendizaje en los seres humanos. En el camino del “sentir”, es la base de la empatía. Imagine el lector masculino (cierre los ojos por un instante después de leer este fragmento) qué siente cuando ve que una persona le pega una patada en sus partes más queridas a otra. Esa es la empatía. Cuando presenciamos una situación emocional ajena, positiva o negativa, podemos tener la capacidad, o no (véase los psicópatas), de empatizar, de ponernos en el lugar de la otra persona. Esto, como todo lo que hace nuestro organismo, tiene sus funciones evolutivas. Es obvio que si disponemos de esa facultad y/o capacidad de ponernos en el lugar de la otra persona no nos acercaremos al pateador de h___vos…

Para entender bien la diferencia digamos que nos hicimos sociales gracias a la simpatía, pero nos hicimos humanos gracias a la empatía. Toda falta de empatía no muestra más que el lado más oscuro, interesado y animal de los seres humanos. Porque aunque parezca lo contrario, la simpatía también es un mecanismo de supervivencia. Véase las garcillas bueyeras cómo desparasitan a las nobles vacas mientras éstas pastan. La vaca le da con el rabo a las moscas, no a las garcillas. Caen en simpatía, la interesada simpatía.

La buena notica…

Queda claro que la simpatía es más interesada que la empatía por las razones que hemos expuestos y por lo mecanismos subyacentes que entran en juego con cada uno de los diferentes procesos. La simpatía fue necesaria para sobrevivir como especie beneficiándonos unos de otros para un bien común, y como no, propio. La empatía también, cómo no, aunque de diferente forma. La buena noticia es que nuestro cerebro es plástico, moldeable, modificable y siempre cambiante. La base de ese cambio son nuestros pensamientos, el motor que genera los cambios en nuestro cerebro, nuestra mayor arma, la cognición. Gracias a ella se puede trabajar la empatía, desarrollando ésta para que alcance los niveles óptimos para convertirnos en mejores seres humanos.


¿Te atreves a probar?

martes, 14 de julio de 2015

Influencia social...una bomba de relojería en los tiempos que vivimos.

Y allí estaban todos, esperando su turno…

Una decena de personas sentadas en fila, una al lado de la otra. Nueve de ellos eran los cómplices del experimentador, mientras que el décimo serviría de “cobaya” experimental. Enfrente de los diez un ordenador portátil con una imagen. En ella se ven tres figuras (a, b y c). Cada figura muestra simplemente una línea de una longitud determinada. La línea “a” es la más larga, seguida de la “b” y, por último, la línea “c” es la más pequeña. A los diez participantes, de forma secuencial, se les fue preguntando en voz alta sobre qué línea de las tres creían ellos que era la más larga. Los cómplices estaban advertidos de que tenían que decir siempre una opción errónea, en este caso la opción “c”. La “víctima” experimental sería preguntado en último lugar, tras oír las respuestas de todos los demás.

No dejaba de ser divertido, desde mi posición de experimentador, ver la cara de circunstancia de nuestra pobre víctima mientras oía, una y otra vez, la respuesta falsa. Llegado su turno lo que cabía de esperar.

-¿Cuál cree usted que es la línea más larga de entre las que se ven en pantalla?
-La “c”.

No nos lo podíamos creer. Lo repetimos diez veces, con diez individuos diferentes, chicos y chicas. Era sorprendente.

Salomon Asch realizó este experimento en 1951 con 123 personas y el 33% se dejó llevar por la opción mayoritaria, aún siendo absolutamente distinguible las longitudes de las líneas. En 2014 nosotros lo replicamos de idéntica forma. En nuestro caso la cifra se elevó al 55% (aunque lo hicimos con un número reducido de participantes)

Conformidad, influencia social, presión social..

Algo tan sencillo, simple y genial como este experimento realizado a mediados del siglo pasado por Salomon Asch, muestra cómo en numerosas ocasiones podemos adoptar una postura contraria a nuestras propias creencias por encajar en el grupo, en el enjambre social. La necesidad de aprobación, de no exclusión, de pertenencia. Somos animales sociales, aunque eso a veces traiga consecuencias lamentables y desastrosas.

¿Qué somos capaces de hacer por seguir perteneciendo al grupo de referencia, por seguir siendo parte de la manada?

La amistad, la empatía y la simpatía…

En nuestro anhelo de pertenencia,  -como seres humanos y como animales sociales que somos- de coexistir con los iguales, con la sociedad, buscamos aprobación incesante en un mundo quizás alterado y adulterado por la fantasía barata del bienestar inmediato; pues créeme que es más rápido cultivar una imagen que una mente, que unas creencias, ¡qué más dan éstas si podemos sentirnos bien aquí y ahora! ¿Qué importan mis creencias e ideales, mis principios? “¿Acaso los tengo?”

Un día una persona me dijo que “hay que ser hipócrita” para así llevarte bien con la gente y tener “amigos”

Otra vez oí que “hay que ser egoísta en esta vida y pensar en uno mismo”

El cuerpo me temblaba, las manos comenzaron a empaparse de sudor y el latir del corazón agitaba todo mi cuerpo. ¿En qué hemos de convertirnos para obtener la aprobación de unas personas a las que seguramente no le importemos?

¿En qué nos convertiremos?

Hace no mucho, cuando estabas con un amigo, o pareja, y querías tomarte una foto con él o ella le pedías amablemente a alguien que por allí pasara que por favor os hiciera la foto. Ahora preferimos coger un palo “selfie”. Antes llevábamos un walkman, que era grande por “cojones”, por el tamaño de la cinta, pero intentábamos que los auriculares fueran los más pequeños posibles, por eso de la comodidad. Ahora llevamos unos reproductores de música súper pequeños, pero unos auriculares que bien podrían utilizarse para tiro al plato o para huir del ruido de un martillo percutor. ¿De verdad que es cómodo ir a correr con el Iphone6 amarrado en el brazo con tremendos auriculares? Ahora los calcetines casi no deben verse con las zapatillas deportivas, los guapos llevan barba y el pelo de una determinada manera -no soy capaz de explicar cómo-. Camisetas estrechas y pantalón ancho, ¿o era de pitillo, o tenía que verse el calzoncillo? Bueno, no pasa nada, son solo modas.

El problema es que la influencia social en sí, que en cuanto a la moda se refiere no tiene, o  no debería tener, trascendencia alguna -al margen de muchos trastornos dismórficos existentes en los adolescentes y adultos jóvenes-, sí tiene  consecuencias en cuanto a los comportamientos que genera en las personas cuando la necesidad imperiosa por pertenecer al grupo, a la manada, a toda costa, cueste lo que cueste, es lo importante, al margen de otros valores como las creencias y los principios con los que deberíamos haber sido educados, unos principios humanos, morales, en cualquier caso. 

Esa necesidad, alentada quizás por la falta de ideales y principios necesarios para sentirnos bien con nosotros mismos en esta época de la vida que nos toca vivir –ahora no importan los principios, sino estar bien guapos, lucir palmito, tener el mejor coche, la mejor casa, el mayor número de “me gusta” en cualquier red social, los pantalones último modelo y aparentar, mucho aparentar- hace que seamos capaces de hacer cualquier cosa.

En los experimentos de Asch podías quedar como un individuo sin personalidad, moldeable, quizás con baja autoestima, insegura. Pero en otras muchas situaciones el poder social, la influencia que genera la necesidad de pertenencia puede ser atroz, y puede hacer que nos convirtamos en la peor de todas las especies. Los experimentos de Milgran y las descargas eléctricas, y de Zimbardo y la cárcel de Stanford son otros ejemplos que no vamos a describir aquí, pero que son claro reflejo de lo que somos capaces cuando somos influenciados por una autoridad o un grupo determinado.

Quizás lo que ocurra es que ahora, como dije antes, no sea necesario tener principios, no es lo primordial. No es básico, ni fundamental, tener unos ideales fieles a un pensamiento, al pensamiento crítico. La atención reflexiva es la base del pensamiento crítico. Una mente flexible, abierta, capaz de sopesar diferentes puntos de vistas, nada de creencias arraigadas, nada de mentes cuadriculadas. Pero todo esto  es una espiral, porque para llegar a tener un pensamiento crítico y, por ende, la capacidad de tener esa atención reflexiva, es necesario que las nociones básicas educacionales se hayan completado exitosamente en los primeros años de vida, y ya sabemos cómo está la educación actualmente. Como todo, en la educación está la base de lo que seremos en el futuro y de cómo la sociedad estará organizada en los años venideros.

Entonces todo vale. Porque sin principios, ¿qué somos? Unos lobos hambrientos de aprobación barata, unos piratas del bienestar, unos ladrones de emociones y unos traficantes de sentimientos.

Y ahí es cuando confundimos amistad, simpatía, empatía, enamoramiento, querer, amor y sexo.

No hace mucho le pregunté a una persona, ya cercana a los cuarenta años de edad, sobre la empatía. Me dijo que no sabía lo que era, que se lo explicara -literalmente-. No supo ni darme una definición mediocre. No me dijo “jolines, sé lo que es pero no sé explicártelo” -eso solía funcionarme a mí cuando no tenia ni idea de lo que algún profesor o mis padres me preguntaban- No, simplemente no lo sabía.

La influencia social, el poder de la situación, en este momento en el que nos encontramos de la historia de la humanidad, en este mundo materialista y superficial, es una tremenda bomba de relojería.

El “bullying” es el más claro ejemplo de una educación maltrecha y el poder social que se ejerce con la asociación entre la falta de educación y la imperiosa necesidad biológica de pertenencia que tenemos.

Pues ya lo dijo Christopher Mccandless antes de morir solo y perdido en algún lugar remoto de Alaska: “La felicidad es solo real cuando es compartida”.


Pero, ¿a costa de qué? ¿De no tener ideales ni principios, de traficar con sentimientos y emociones?