Influencia Social

"Los héroes son los que de alguna manera pueden resistir el poder de la situación y actuar por motivos nobles, o se comportan de manera que no hacen degradar a otros cuando fácilmente pueden"

Las Neuronas

"Es preciso sacudir enérgicamente el bosque de las neuronas cerebrales adormecidas; es menester hacerlas vibrar con la emoción de lo nuevo e infundirles nobles y elevadas inquietudes". Ramón y Cajal

El cambio "Duele"

"La curiosa paradoja es que cuando me acepto a mi mismo puedo cambiar".Carl Rogers.

Inteligencia Emocional

"La infancia y la adolescencia constituyen una auténtica oportunidad para asimilar los hábitos emocionales fundamentales que gobernarán el resto de nuestras vidas" Daniel Goleman

Nuestros pensamientos

"Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos". Buda

martes, 16 de junio de 2015

La llama se apaga, por culpa de la razón. Amor y Razón en la lucha por la supervivencia de la especie.


Una mirada, la mirada, al igual que un sonido estridente, un sonido atronador cuando se acerca la tormenta, provocan y evocan en primera instancia una emoción inherente al ser humano. Las señales viajan desde los órganos de los sentidos, vista u oído, hasta el corazón del cerebro, a una parte concreta de nuestro cerebro llamada tálamo. Es la estación de relevo sensorial, por decirlo de alguna manera; el lugar donde todo lo que percibimos, bueno o malo, queda registrado. De ahí, cual mensajero de los sentidos, distribuye éstos a diferentes partes. Entre ellas, dos regiones específicas, el cerebro emocional (sistema límbico –amígdala) y el cerebro racional (córtex), cuando se habla de una emoción determinada, como el miedo, o el amor.

Estabas sentada frente a mí, no sé si por causas del destino, por la desnuda casualidad o porque el subconsciente se mostraba caprichoso de tu amor aquella fría tarde de invierno.  Pero ahí estabas tú, justo delante de mí, con esa sonrisa que elevaba tu rostro hasta el infinito, con esa mirada focalizada en mis ojos tristes que parecían despertar con cada sonido que emanaba de esos sensuales y carnosos labios. Recuerdo cuándo quedé prendido por ti, cuando mi cerebro emocional despertó, movilizando todos los órganos de mi cuerpo, acelerando mi corazón, como cuando cruzas aquel pasaje oscuro en una lúgubre noche invernal; pero ahora no era por miedo, sino por tenerte enfrente, mirándome, hablándome, y ese registro a fuego para siempre, o para nunca, cuando uno de tus ojos, con el más tierno de todos los gestos posibles, me regaló un beso de amor en forma de guiño.

Luego la señal viajó a la razón, analizando todo lo ocurrido, evaluando esa tierna mirada, esa apacible voz y ese maravilloso y dulce gesto, mientras aun me temblaba y vibraba todo el cuerpo. Ahí es donde sientes de verdad, ahí es donde esa emoción se transforma en sentimiento, ahí es donde quise que el tiempo se detuviera para siempre, cuando pensé en la llegada del momento en el que te tuviera entre mis brazos, en el momento en el que poder susurrarte al oído todos los “te amo” del mundo, ahí es cuando supe que eras tú.

Y…¿ahora?

Ahora te marchas, resignado ante la impermanencia del momento, ese que no existe, el que se transforma en pasado a cada instante, con cada suspiro de vida, como la ola que muere en tus pies, en la orilla solitaria y triste que solo ve la majestuosidad de ésta en la distancia, viéndola morir, justo cuando la tiene más cerca. Te marchas pero te llevas tatuado, grabado, esculpido y tallado el poderoso sentimiento del amor.

Pasan los días y las semanas, y tu pensamiento, ese que gobierna y dirige tus motivaciones, impulsos y, por ende, tu conducta, refuerza ese sentimiento, pues ellos, los pensamientos, están dirigidos a aquel momento que nunca olvidarás, el momento de la apacible voz, la tierna mirada y el dulce guiño del amor. Tu razón sigue ahí, funcionando con los quehaceres de la vida cotidiana. Evaluando todas las situaciones, planificando tu vida, tomando decisiones más o menos de una forma lo suficientemente acertada para que sobrevivas en este caótico mundo.
 Pero ahora, en este instante, ya no es la razón la punta del iceberg,  y lo sabes, porque a cada instante que se distrae tu atención, tu imaginación viaja en el tiempo en busca del instante en el que deseaste que se parara el tiempo en esa tarde fría de invierno donde, la casualidad, el destino o el inconsciente caprichoso decidieron que ahí te enamorarías para siempre.

Ahora esperas, cauto, prudente y reservado, que la vida te devuelva en el futuro aquel instante. Razón y emoción trabajan, coexisten en un mismo espacio “terrenal”, pero sin colapsar el uno a otro, respetándose, mimándose incluso, como esos gemelos separados al nacer que pueden percibir en la distancia a su exacto.

Y el momento llega en forma de verano, de lunas llena rociadas por fuegos artificiales, de momentos del vino, de canciones susurradas en un balcón, con el aroma a dama de noche floreciendo con la llegada de la noche, coincidiendo con tu llegada.

Y el tiempo pasa, el verano se acaba, las aves que llegaron en busca de calidez ya hace tiempo marcharon a tierras del sur, las canciones suspiradas no se oían con el bullicio de la cuidad. El tiempo escasea y no vuelve, es irrecuperable. El sol se apaga antes, las lunas no salen y los fuegos artificiales no arden donde el frío reina. Te apresuras, no tienes tiempo. Cargas, labores y obligaciones que necesitan planificación y control. Nuestro cerebro se vuelve egoísta. La armoniosa coexistencia entre razón y emoción muere, inexorablemente, en pos de la supervivencia material, ramplona y grosera. La razón adquiere el control, el dominio y la instancia y coacción de nuestra emoción, que queda sucumbida, expirada, muerta, olvidada.


Allá fueron los momentos del vino, de lunas llenas rociadas por fuegos artificiales, de canciones susurradas en un balcón, del aroma de dama de noche que florecía y lo invadía todo con tu llegada.

domingo, 14 de junio de 2015

El amor asesina al egoísmo, tú decides quién formará parte de ti...

Cuando el amor se convierte en un contrato…

¿Quién me engañó? ¿Acaso fueron mis padres, los cuentos de princesas, las películas románticas, los versos de Sabina; o quizás fueron tus abrazos, tus miradas o tus “te quiero” mientras hacíamos el amor?

Yo no sabía que el amor se sellaba con un abrazo y se olvidaba en un mensaje de texto un viernes cualquiera por la mañana. Yo pensaba que era al contrario, como siempre. Pensaba que al amor era algo inductivo, que se crea de la nada y se forja con el tiempo, a pesar de todo.

El amor.

El amor. Repítelo de nuevo; el amor. Siente la palabra. Ahora sé capaz de ponerle una imagen, una cara, un olor, un sabor, un sonido, un latir… ¿Con qué parte del contrato se corresponde, con el inicio o con el final? No sé quién decía que el amor tiene más de desamor que de amor. Amor de contrato basura, en cualquier caso.
El amor es “cuando a pesar de todo”.

Cuando a pesar de todo te miro a los ojos, escucho tu voz y te doy un abrazo mientras te digo que aquí estoy yo, a pesar de todo. El amor es estar a tu lado cuando lo necesitas tú y no cuando lo necesito yo. El amor no se circunscribe a uno mismo, porque el amor, el amor es expansión; expansión que se dirige desde uno mismo y viaja allá donde es necesario, porque el amor es cura y sanación para quien lo necesita. ¿Cómo retener al amor? No puedes retener al amor, y si crees que lo estás reteniendo, si crees que puedes, eso no es amor, al igual que si crees que alguien no lo merece, porque eso tampoco es amor.

El amor sin recargo, sin medidas, sin balanzas ni compensaciones. El amor es antagónico al egoísmo, y no pueden coexistir ni en el espacio ni en el tiempo, al igual que no puede haber luz en la oscuridad o pasión sin deseo. El amor es no necesitar perdonar y entender que hoy somos diferentes a ayer, que “ahora” es lo único que tenemos y que quizás mañana sea demasiado tarde. Cuando hay amor no hay espacio para el egoísmo, para resentimientos, para los “perdono pero no olvido”, para la indiferencia, para la omisión, para el recuerdo alterado, el olvido.

Cuando el amor está presente el egoísmo muere, pues no encuentra su lugar porque el amor es expansión y lo abarca todo. Es una cuestión de la lucha por la presencia, pues ambos no pueden coexistir, como el bien y el mal, como el día y la noche. No hay ocasos ni crepúsculos, porque el amor es algo integral, pleno y rotundo.

Contratos de letra pequeña, de abrazos que asustan, de magnitud excesiva, desmedida y fuera de lugar. Abrazos de postal, incongruentes con cualquier significado, pues se esfuman cuando son requerido y se trafica con ellos a cambio de un poco de sexo barato. Contratos que rescinden con un puñado de palabras escritas con rencor, después de haber escuchado un último te quiero, de esos “te quiero” que duran “lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks”.

La incongruencia llega con ese abrazo que sabe a poco, por mucho que duren el tiempo, cuando no hay amor de por medio y, sin embargo, cuán falta hace, por poco que dure, cuando el amor verdadero, ese que no es de postal, lo requiere.

El amor de contrato es el amor de conveniencia, de egoísmo, de amar porque quiero algo a cambio. Y cuando ya no me sirve, cuando ya tengo lo que necesito, se esfuma. Y si se esfuma es porque nunca se instauró en ti, créeme, nunca. Cuando el amor te invade lo hace para siempre, e incluso se incrementa cuando te hiere el ser amado, porque es quien hiere quien realmente sufre y quien necesita ser perdonado. Porque el sufrimiento se eclipsa, se empequeñece, se oscurece con Amor. Porque el perdón no es tan siquiera necesario para alguien que vive con Amor.

viernes, 12 de junio de 2015

De cara a la galería...


Hoy me despierto, cansado, he pasado una mala noche, como de costumbre. El cuerpo me pesa, me siento aletargado. Aun soñoliento, tras unos minutos de inmersión en los pensamientos que acaban de conectarse de nuevo con mi parte consciente, decido levantarme. Me dirijo al baño, aprisa, quizás sea ese el impulso por el que he decidido moverme de entre las confortables sábanas del anonimato y del olvido. Abro el grifo del agua caliente de la bañera y, mientras la habitación se difumina por el vapor, me observo en el espejo. Desgreñado, con esa barba despeinada por el desconsuelo, con las ojeras típicas, fruto de una noche removida por el subconsciente. Me meto en la bañera y dejo, por unos minutos, que el agua caliente caiga por mi cuerpo antes de enjabonarme desmesuradamente, como si quisiera limpiar mi conciencia. Al salir de la ducha me siento mejor, más enérgico, aun cuando noto mis músculos relajados por el efecto que el calor produjeron en ellos. Me seco, me peino y me afeito, casi sistemáticamente, sin esfuerzo, pero sin tesón. Me dirijo a la habitación, dejando en el frío mármol las huellas de la desilusión con la que desperté hace tan solo unos minutos. Abro el armario, y con apatía escojo lo primero que veo. Pantalón vaquero, desgastados como yo, quizás de tanto uso, pero me gustan esos vaqueros, son cómodos; camisa a rayas y zapatillas deportivas, como de costumbre, por inercia.

También por inercia, enciendo en el ordenador, miro el correo y las redes sociales. Quedo anonadado, impresionado y encandilado por el positivismo que se respira ahí dentro. Empatía máxima en todos los sentidos. “No podemos cambiar lo ocurrido, pero sí en la manera en que nos afecta”, “somos dueños de nuestro propio destino”, “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento no lo es”, “el arte de vivir mejor con menos” “cómo las emociones que no se aceptan se manifiestan en nuestro cuerpo”. Genial, “y yo con estos pelos”.

Un día me di cuenta cómo comíamos, sin inmutarnos, mientras veíamos en el televisor las imágenes del asesinato de Kennedy. Era el 50 aniversario de su muerte y en las noticias reprodujeron, por enésima vez, las imágenes. Nosotros las comentábamos, apenas apartando la cuchara de plato. Ahora, en los tiempos que corren, podemos disfrutar de un suculento almuerzo mientras vemos imágenes de sesos esparcidos. Es a lo que yo llamo “normalización de la situación”. Piénsalo un instante, ¿cuántas situaciones que al principio parecen adquirir una importancia extrema, con el paso del tiempo, dejan de tener esa importancia por la mera repetición de la situación? Más de las que debiéramos, seguro.

La explicación, de nuevo, está en nuestro cerebro. Algo relevante, novedoso, nuevo, tiene impacto en nuestro cerebro, pues él quiere aprender. Atiende al estímulo y elabora, con la información que proviene de él, una acción, ya sea mecánica, externa, o simplemente un pensamiento, interna. Pero cuando la situación, el estímulo, se repite una y otra vez, el cerebro deja de prestarle atención, pues ésta, la atención, es limitada y el cerebro prefiere invertirla en algo novedoso, que le haga aprender.

Ahora, con todo esto de las redes sociales, ocurren dos cosas.

La primera, y más inquietante, es que pensamos que con poner una frase bonita en nuestro perfil social ya estamos ayudando. La intención es buena, trasmitir optimismo, bondad, amor, amistad y cariño. Ayuda a los necesitados, abrazos de luz, amor por los animales y comprensión ante la injusticia del mundo. Con eso nos basta por que el “mensaje” ya está ahí, tus buenas intenciones esparcidas por el ciberespacio, a expensas de ser capturadas por aquellos necesitados.

La segunda, es que normalizamos todas esas frases positivas, de manera que no producen efecto en nosotros, pues éstas ya no son novedosas, ya no nos hacen pensar. Nuestro cerebro se ha acostumbrado tanto a ellas que las obvia, las pasa por alto. No tienen el efecto esperado. Quizás hasta produzca un efecto contrario en la persona necesitada, una sensación de frustración, porque después de oír todas esas frases armoniosas y positivas sigue sintiéndose igual.

Entonces la persona necesitada se deprime y busca ayuda física. Pero no existe nadie físico porque ellos ya se han duchado, afeitado y peinado, han lavado su conciencia, su karma, o como queramos llamarlo. Da igual que cogieran los vaqueros desgastados, la camisa de siempre y las deportivas, pues ellos ya han hecho lo que tenían que hacer. Y esa situación se está normalizando, tristemente

Cada vez estamos más conectados con el mundo y más solos en él.

Tómate tu tiempo y piensa en ello un instante. Piensa en la gente que necesita ayuda, la gente cercana, y piensa si realmente estás haciendo lo que realmente puedes. ¿Es congruente lo que haces con lo que dices que haces, o estás dándote un lavado de cara, una ducha a desgana, porque es lo que se supone que debes hacer? Te basta con eso, ¿de verdad?

Vivir de cara a la galería, como dice un amigo. Vendedores de amor constante, y con eso parece bastarnos. Acallando conciencias. 

No sé si existen dos mundos diferentes, el virtual y el real. ¿En cuál quieres vivir tú?

Actúa, Ayuda.

Y no vendas amor, regálalo.


miércoles, 10 de junio de 2015

el cambio duele... (by Kpot)

El cambio “duele

No recuerdo quién dijo que “el cambio duele”. ¿Literal o metafóricamente? Saquen vuestras propias conclusiones. Después están quienes dicen que “a una cierta edad ya no se cambia”. Ilusos, por cierto.

Estamos en constante cambio, nos guste o no. Nuestro organismo, y por tanto nuestra mente, son entes dinámicas, en constante evolución, a cada instante. Ni tú ni yo somos ya quienes éramos hace unos meses, ni tan siquiera hace unos días, o unas horas. Con cada suceso, con cada situación, incluso con cada pensamiento, todo nuestro circuito neuronal, aquel que nos dispone y sitúa como lo que hoy y ahora somos, se transforma. Somos el resultado de las experiencias vividas. Lo que hoy forma nuestra personalidad, nuestra individualidad, nuestra idiosincrasia, al margen de los correspondientes factores genéticos predisponentes, es el resultado de todas y cada una de las situaciones vividas en el pasado. ¿Acaso serías como eres en estos momentos, pensarías lo que piensas actualmente y tendrías los valores de los que dispones en estos instantes si hubieras sido entregado en adopción a otra familia, o si tus padres hubieran decidido mudarse de cuidad cuando eras pequeño, o si no hubieras cortado con ese primer amor? Lo que puede parecer algo muy general también se traslada a lo específico y concreto. Estamos en un continuo cambio, y el mayor de los mecanismo que originan esa transformación son nuestros pensamientos.

Pero, entonces, ¿por qué vemos a gente que, incluso con el paso del tiempo, “parece” no cambiar?

Para entender esto hay que ver el cambio a través de dos concepciones bien diferenciadas.

La primera, es el cambio en su acepción más común. La modificación de una cosa, o persona, que se convierte en algo distinto u opuesto a lo habitual. Pongamos una persona que siempre, en todas sus relaciones, ha sido infiel. Si esa conducta, por los motivos que sean, sufre esa modificación encaminada a lo opuesto (ser fiel con su nueva pareja) se entiende que la persona ha cambiado.

La segunda, y más compleja, es que ese cambio, que entendemos que no se produce, (la persona sigue siendo infiel) se manifiesta en la potenciación de la misma conducta (ser infiel).  No es que la persona con el paso del tiempo ya no pueda cambiar, sino que cada vez, esas conexiones neuronales que dictaminan, por decirlo de alguna forma, lo que hoy somos son más fuertes. “¿Cómo va a cambiar alguien con 60 años?”. Es muy común oír frases de este tipo. Pero, el “cambio” (en cualquiera de sus manifestaciones) sí se produce, siempre. Entonces, ¿qué es lo que ocurre? Pues que una persona, supongamos tacaña, con 60 años de edad, que siempre ha sido tacaña le será muy difícil mostrar generosidad, pero no por el hecho de tener 60 años, ni porque un cerebro de esta edad no pueda transformarse y cambiar, porque como hemos visto y sabemos sí se transforma continuamente, sino porque durante todos esos años ese cambio ha sido la potenciación del hecho de ser tacaño.




Esas conexiones neuronales (las que lo conforman como un individuo tacaño) se fueron haciendo cada vez más fuerte con el paso del tiempo, como una bola de nieve que ahora se ha hecho grande, muy grande. Para derretir esas conexiones harían falta grandes cantidades de calor, nada más.

Supongamos que esa persona de 60 años quiere producir un cambio. Se siente solo. Ser tacaño le ha generado muchos problemas en su vida, le ha convertido en una persona con pocos amigos, solitaria y triste. Ahora siente que quiere cambiar. Entonces comienza a realizar actividades solidarias y generosas. Recordemos que la bola de nieve es gorda, ruda y tosca. Comienza a “darle calor a esa gigantesca bola de nieve” con sus conductas altruistas y bondadosas. La bola comienza sutilmente a derretirse, pero son muchos años de dar vueltas sobre el terreno nevado y, mucho antes de que esa bola de nieve desaparezca, la persona se ha cansado de nos sentir felicidad, recompensa o satisfacción realizando la nueva conducta, por lo que decide volver a ser como era siempre, volver a ese patrón de conducta bien establecido y “cómodo” y, sobre todo, a justificarla. “¿Acaso hace alguien algo por mí o alguien me da algo a mí?" La bola, que había ido disminuyendo de tamaño, vuelve a coger forma, engrosándose de nuevo, fortaleciendo esas conexiones neuronales que le han conferido el don de tacañear.

Volviendo a las dos concepciones del cambio anteriormente expuestas, podríamos decir que para que se produzca ese cambio que se manifiesta en la modificación de una conducta por otra diferente u opuesta, el cambio según lo entendemos habitualmente, se han de originar primero las conductas contrarias el tiempo necesario y suficiente para que la conducta a cambiar se extinga y pueda generarse el sentimiento antagónico de bienestar con la conducta deseada; es lo que en la psicología del aprendizaje se llama contracondicionamiento.

Como vimos al principio, nuestros pensamientos son el origen, el mecanismo predisponente del cambio, en cualquiera de las dos concepciones expuestas. Si comenzamos con un cambio de pensamientos comenzaremos a aniquilar viejas, arraigadas y desadaptativas formas de ver la vida. Pero, mientras no le dediquemos el trabajo y el tiempo necesario para que ello ocurra no nos sentiremos bien. Ese el es proceso que “duele”.

¿Por qué ocurre esto?

Porque nuestro cerebro tiene una capacidad limitada.

Einstein era un superdotado, eso todo el mundo lo sabe, ¿cierto? Pero Einstein tampoco habló hasta los 3 años, y no lo hizo correctamente hasta los 9 años. Si tenemos una potencialidad en nuestro cerebro, también mostraremos carencias en otras diversas funciones del mismo.

Los procesos atencionales del cerebro, por ser parte de éste, también tiene una capacidad limitada. Por ello, cuando aprendemos algún tipo de conducta, por ejemplo conducir, al principio del aprendizaje de dicha conducta necesitamos prestar mucha atención y no podemos hacer nada, incluso no podemos atender a una conversación mientras estamos conduciendo, pues toda la atención está en la acción de conducir. Con


la práctica nuestro cerebro automatiza lo aprendido. Ya no solo podemos conducir y mantener a la vez una conversación, sino que somos capaces de realizar multitareas (una vez adelanté a un hombre que conducía mientras leía un libro, ¿o leía un libro mientras conducía?). De esta forma, automatizando conductas nuestro cerebro está disponible para atender otra información.

Con los pensamientos pasa algo similar. Si queremos generar conductas opuestas, diferentes o contrarias a las que tenemos actualmente, debemos aprender “a conducir” de nuevo. Necesitamos invertirle tiempo, atención, y como consecuencia, nuestra mente se cansará de ello si no ponemos todo nuestro empeño, ya que necesitará “espacio” para atender otra información; no se siente “cómodo”. Es por esto por lo que cambiar “cuesta” tanto, por lo que es fatigoso, trabajoso y arduo; esa es la razón por la que “el cambio duele”.

En cambio, si dejamos a nuestro cerebro “descansar” y ocuparse de otras cosas  (esto es, no dedicarle el tiempo suficiente por la incomodidad que produce) entonces el cambio, como la modificación de la conducta por otra opuesta, no se producirá, sino que, esto es lo importante, se potenciará la conducta establecida anteriormente por los procesos automáticos que se generan, como hemos dicho antes, con lo ya aprendido (en este caso las conductas desadaptativas; como ser tacaño).

Como hemos visto anteriormente, los procesos cognitivos tienen capacidad limitada. La atención es el proceso cognitivo principal en el aprendizaje. No se puede aprender sobre aquello a lo que no se ha prestado atención; la atención necesaria y suficiente. Al pretender realizar un cambio de conducta, partiendo de la base que somos lo que pensamos, debemos modificar nuestros pensamientos; es lo que se llama en psicología reestructuración cognitiva. Sabemos que nuestro cerebro, por esa “comodidad” de la que hablábamos, automatiza, esto es hace inconsciente, lo ya aprendido, nuestra conducta, originada ésta por nuestra forma de pensar durante un periodo de tiempo más o menos largo. La reestructuración cognitiva, ese cambio de modelo mental de pensamientos, implica hacer conscientes los pensamientos automatizados e inconscientes y, a partir de ahí, de una forma consciente, cambiarlos; y esto es necesario que lo hagamos el tiempo suficiente para que el cerebro lo aprenda y lo automatice. Pero requiere tiempo y esfuerzo; un tiempo y un esfuerzo a veces incómodo y “doloroso”. Cabe recordar que, el tiempo suficiente es el requerido para que las nuevas conductas, generadas por nuevos y controlados pensamientos, “supere”, por decirlo de alguna manera, las viejas y desadaptativas formas de pensamientos; el contracondicionamiento del que hablábamos anteriormente.

Otro ejemplo es cuando aprendimos a conducir sin haber ido antes a la autoescuela y lo hacíamos de una manera no del todo correcta. Llegado el momento era muy difícil cambiar esa forma de conducir por la que exigían en la academia. Debías prestarle atención y estar atento, claro que en esos casos teníamos un gran incentivo, obtener el carnet de conducir y desistir de dejarnos  más pasta en exámenes.



La cuestión es, ¿cuál es tu incentivo?