Influencia Social

"Los héroes son los que de alguna manera pueden resistir el poder de la situación y actuar por motivos nobles, o se comportan de manera que no hacen degradar a otros cuando fácilmente pueden"

Las Neuronas

"Es preciso sacudir enérgicamente el bosque de las neuronas cerebrales adormecidas; es menester hacerlas vibrar con la emoción de lo nuevo e infundirles nobles y elevadas inquietudes". Ramón y Cajal

El cambio "Duele"

"La curiosa paradoja es que cuando me acepto a mi mismo puedo cambiar".Carl Rogers.

Inteligencia Emocional

"La infancia y la adolescencia constituyen una auténtica oportunidad para asimilar los hábitos emocionales fundamentales que gobernarán el resto de nuestras vidas" Daniel Goleman

Nuestros pensamientos

"Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos". Buda

sábado, 24 de septiembre de 2016

¿POR QUÉ SOMOS CORTOPLACISTAS?

La historia de la psicología está plagada de curiosos experimentos que, de algún modo, nos han ayudado a entender gran parte del comportamiento humano. De los más notables, y que me impactaron especialmente, fueron dos. El primero, el éticamente cuestionado experimento social de Stanley Milgran, psicólogo de la Universidad de Yale, en el que hacía creer a sus participantes que estaban aplicando descargas eléctricas a un segundo participante (en realidad era un cómplice del experimentador y tales descargas nunca llegaban a producirse) para probar así cuán eficaz era ejercer este tipo de castigo en tareas de aprendizaje memorístico, y así, de este modo, garantizar el mismo.  El segundo, el divertidísimo experimento de Salomon Asch, psicólogo norteamericano de la Universidad de Harvard, quien demostró, en su estudio sobre la conformidad, que la presión social podría inducir al individuo a cometer errores de forma voluntaria por no contradecir la opinión del grupo.



Uno de los más elegantes experimentos realizados en psicología lo llevó a cabo Walter Mischel, psicólogo de la Universidad de Standford, allá por los años setenta del siglo pasado. Fue un estudio longitudinal y correlacional, esto es, por un lado utilizó a los mismo sujetos a lo largo del tiempo y, por otro, buscó, en la fase final del estudio, semejanzas entre los individuos que obtuvieron similares resultados en la fase inicial del experimento. En el experimento Mischel les hacía elegir a los  niños una de entre dos posibles opciones: o bien comerse un malvavisco (golosina) en ese preciso instante o, por el contrario, comerse dos malvaviscos si él era lo suficientemente paciente como para esperar a que el experimentador volviese de hacer un recado. Hubo niños que no dudaron en comerse la ansiada golosina pocos segundos después de que el experimentador saliera por la puerta. Otros, en cambio, hicieron uso de un sinfín de ingeniosos recursos y divertidas estrategias para no sucumbir a la tentación. De entre las artimañas más utilizadas estaban dejar de mirar el malvavisco, cantar e incluso chupar la golosina y volverla a dejar en el plato; todo un esfuerzo para estos pequeños que, por aquel momento, debían rondar los 4-5 años. Mischel registró lo que cada niño hizo en la prueba y, tras recopilar todos los datos de cada uno de los participantes, archivó los resultados.

Veinte años después Mischel desempolvó los datos y fue en busca de los jóvenes que en aquella primera fase tuvieron que mirar cara a cara al diablo de la tentación. Lo que Mischel encontró fue que aquellos niños que dos décadas antes habían claudicado y perecido a la tentación habían tenido más problema de comportamiento en la escuela y en el hogar, peores relaciones interpersonales, incluida sus relaciones de pareja y, además, gozaban de peores puestos de trabajo, esto último quizás correlaciona con el mal comportamiento y el peor rendimiento académico que estos obtuvieron en comparación con aquellos quienes, dos décadas antes, pudieron esperar pacientemente a que el experimentador volviera de hacer su recado y que, además, tuvieron el privilegio de comer dos malvaviscos; pues éstos pacientes muchachos gozaban actualmente de relaciones más estables, de mejores puestos de trabajo y, en definitiva, de una vida más feliz. Pues ya lo decía Rousseau, “la paciencia es amarga, pero su fruto es dulce”.

El experimento de Mischel nos muestra dos ideas. La primera es que no le faltaba razón al bueno de Rousseau cuando le otorgó sabor al hecho de esperar; la segunda, y quizás más inquietante, es que quizás esa capacidad de esperar la dulce recompensa pudiera estar determinada genéticamente.  Sin embargo, y numerosos estudios dan muestra de ello, no podemos obviar que una predisposición genética no implica una manifestación de una determinada conducta, habiéndose encontrados diversos factores que pueden explicar el comportamiento humano. En el caso de la depresión, por ejemplo, se ha visto que existe una vulnerabilidad genética para manifestar el trastorno depresivo, pero para que éste se manifieste debe haber un estímulo desencadenante; de lo contrario, un individuo que presente dicha vulnerabilidad genética y que no sufra a lo largo de su vida ninguna experiencia afectiva negativa que pudiera dar expresión a esos genes podría no manifestar ningún episodio depresivo. Además, y esto es lo más sorprendente, una persona que no tenga dicha vulnerabilidad genética, esa predisposición para manifestar un trastorno depresivo, podría manifestarlo debido a la vivencia de una experiencia lo suficientemente negativa como para hacer que se manifieste dicho trastorno. Lo sorprendente y llamativo de esto último es que, si eso ocurre, esa experiencia negativa que ha desarrollado el trastorno, incluso sin disponer de los genes precisos para ello, podría modificar el ADN de la persona y, por ende, podría, ahora sí, transmitir a su descendencia dichos genes. A este último concepto se le llamó epigenética. El término epigenética fue propuesto en 1939 por Conrad Hal Waddington y se refiere a todos los mecanismos no genéticos, es decir, que no se explican por los genes, que alteran la expresión de los mismos y que, por ende, define el fenotipo (comportamiento observable) del organismo. La alteración de los genes, posteriormente heredables éstos, debido a una experiencia ambiental determinada.

De este modo debemos asumir que la genética no determina, per sé, un comportamiento determinado y que es, tal y como se ha visto en numerosas investigaciones, la interacción del ambiente con esos genes los que va a desarrollar un determinado comportamiento en el individuo; y esta es la buena y esperanzadora noticia para aquellos que quieran modificar su comportamiento.

Mientras comentaba con un colega los sorprendentes resultados de los experimentos de Mischel, éste, mi amigo, no Mischel, utilizó un término que mi ignorancia creyó inexistente pero que posteriormente descubrí que era tan válido, ortográficamente hablando, como aclaratorio de nuestro comportamiento: cortoplacistas. “Nosotros somos cortoplacistas” argumentó mi buen amigo Rafa.

Si, por un momento, repasamos la filogenia de nuestro cerebro podremos entender por que, aun teniendo la capacidad para actuar de forma contraria, somos, como dice mi amigo Rafa, y como contempla la R.A.E, seres cortoplacistas.

Sin intención de jactarme de mis conocimientos neuroanatómicos y neurofuncionales, y de paso no dejarme a mí mismo en evidencia antes quienes sí son expertos en la materia, solo deseo incidir brevemente en un par de nociones sobre el origen y desarrollo de nuestro cerebro. Evolutivamente hablando, podríamos decir que nuestro cerebro se divide en tres partes bien diferenciadas y que aparecieron con miles de años de diferencia. En primer lugar, tenemos la parte más primitiva de nuestro cerebro, el cerebro reptiliano, y comprende principalmente el tallo cerebral. Su funcionamiento no va más allá de controlar los procesos vitales tales como la respiración, el ritmo cardíaco o los procesos digestivos, entre otros. Una lesión en esta zona tiene consecuencias nefastas, sin olvidar que la recuperación es prácticamente improbable, ya que los mecanismos plásticos que en el cerebro acontecen ocurren, en mayor medida, en zonas más superficiales del encéfalo. En segundo lugar tenemos, por encima del tallo cerebral, el sistema límbico, conocido también como cerebro emocional y que, como tal, se encarga de los procesos emocionales, entre otros como el aprendizaje y la memoria. Por último, y más reciente, tenemos el cortex, o corteza cerebral, situada en la parte más superficial del encéfalo y justo debajo del cráneo, la parte más joven de nuestro cerebro. La corteza cerebral se encarga de los procesos cerebrales más complejos, como el razonamiento, el habla o la conciencia. Concretamente la corteza prefrontal, la parte más rostral del encéfalo, se encarga de, entre otras muchísimas cosas, de la prospección, esto es, la capacidad de adelantarnos al futuro y de pensar en él.

No tengo duda al afirmar que el hecho de que existan diferencias individuales a la hora de ser capaces de mostrar un comportamiento más o menos cortoplacista (cuando realmente sí se es capaz de comprender que la espera obtendrá mejores resultados) podría estar determinado por una variabilidad funcional en estas estructuras tan recientes filogenéticamente hablando.

No cabe duda, y gracias a que es así, que el funcionamiento de nuestro cerebro reptiliano es extremadamente eficaz o, por lo menos, lo es en condiciones normales. Así, igualmente, aunque no de forma tan precisa como el reptiliano, nuestro cerebro emocional es difícilmente criticable, en cuanto a la eficacia de su funcionabilidad. Poco probable es que ante una aparente amenaza nuestro cerebro no dispare una emoción que haga que se ponga en marcha todos los mecanismos necesarios para hacer frente a dicha amenaza. Sin embargo, no suele ocurir lo mismo con la corteza cerebral, la parte más reciente de nuestro cerebro en cuanto a la filogenia del mismo se refiere. Un claro ejemplo es el de la conducta de riesgo de los adolescentes, explicada ésta por una falta de maduración de las áreas frontales del cerebro que tienen que ver con el control de los impulsos y la toma de decisiones (esto mismo pasa con los más mayores y su comportamiento inadecuado, socialmente hablando, debido al deterioro de esas mismas áreas que en los adolescentes aún no han madurado; pues esta zona es la que madura de forma más tardía y la que antes degenera). Así, la capacidad de prospección (pero no solo de prospección, sino de controlar el impulso de, por ejemplo, comerse el malvavisco) podría venir dada por el desarrollo y correcto funcionamiento de estas áreas frontales. En tiempos más actuales no hubiera estado mal introducir a los participante de Mischel en la máquina de resonancia magnética para ver la neuroanatomía de sus cerebros.

Pero hay dos buenas noticias. La primera es que, como vimos anteriormente, estamos ya lejos, y gracias, a ese determinismo genético que dominó a finales de siglo pasado; por lo tanto, lo que hacemos sí tiene peso, y tanto, en nuestro comportamiento final. La segunda es que la corteza cerebral es la parte del cerebro donde la plasticidad cerebral (término rerferido a la capacidad del sistema nervioso para cambiar su estructura y su funcionamiento a lo largo de su vida, como reacción a la diversidad del entorno) se hace más evidente y, por ende, donde los cambios en la funcionabilidad del cerebro son mas factibles. La segunda explicaría la primera.

De este modo tenemos en nuestra mano el cambio y la decisión, en última instancia, de controlar todas y cada una de nuestra decisiones.

Sin embargo, no podemos olvidar que, aunque la genética no sea determinante, y que es la interacción genes – ambiente la que finalmente determina nuestro comportamiento final, nuestro cerebro tiene la tendencia de automatizar comportamientos. Así lo hizo cuando aprendimos a conducir o a montar en bici, pero también con nuestra forma de hablar, de reír, sobre nuestros gustos gastronómicos, musicales o sexuales y, cómo no, sobre nuestros pensamientos y conductas. Sí, también sobre nuestra capacidad para ser más o menos cortoplacistas. El reto, una vez más, está en darse cuenta de ello y poner en marcha esa áreas cerebrales que tienen que ver con la toma de decisiones y tomar así la determinación de producir cambios en nuestro cerebro y, por ende, en nuestro comportamiento. Solo hay que tener en cuenta que el proceso del cambio va ser incómodo y trabajoso el tiempo necesario para que el cerebro se acostumbre y automatice la conducta, como cuando aprendiste a conducir. En definitiva eres tú el responsable, en última instancia, de configurar tu cerebro y, por consiguiente, ser aquella persona que siempre has querido ser.


No sé quién dijo aquello de que “quizás dentro de veinte años te lamente de no haber comenzado hoy”.

jueves, 1 de septiembre de 2016

ALEX HONNOLD PODRÍA TENER MIEDO

Y seguro que lo tiene... 

Y como la palabra “viral” (que se hizo viral), mucha de la información que nos llega (de la forma más sensacionalista posible) también se hace viral. Pareciera como si tuviéramos un mecanismo intrínseco que recompensa a (cómo no decirlo en una entrada como esta) nuestro cerebro por compartir rápidamente cualquier tipo de información digna de un emoticono (creo que así se llama) a cual más llamativo.

El escalador que no tiene miedo porque su amígdala no se activa como la de otro que sí lo tiene (me refiero al miedo). Esa es la noticia viral (no acabo de pillarle el rollo a ese nombre) que circula por las redes sociales escalísticas (este nombre me lo invento yo y también puede molar e incluso, si queréis, ser viral).

The Strange Brain of the World’s Greatest Solo Climber

Alex Honnold doesn’t experience fear like the rest of us.


De esta forma la revita Nautilus encabeza el reportaje que dedican al espectacular escalador Alex Honnold. 

He de decir que sí, que seguramente, y no pongo en duda, el bueno de Alex  (porque tiene cara de bueno; y porque seguro que también lo está el muchacho) tiene un cerebro “extraño”. Yo más que extraño lo llamaría anormal, refiriéndome a la normalidad como aquello que es más común en nuestra sociedad, cultura o como queráis llamarlo. No dudo que el funcionamiento de algunas áreas concretas del cerebro del señor Honnold sean anormales y, sin duda, admirables. Lo que sí pongo en duda es que el extraordinario escalador americano lo sea (extraordinario) porque no experimente miedo, esto es, no experimente la emoción que sin lugar a dudas ha sido más relevante para nuestra supervivencia como especie a lo largo de la evolución. Sí es cierto que se han dado casos de individuos que han perdido la capacidad de experimentar miedo, aunque no demasiados debido a que la amígdala (esa estructura cerebral primitiva con forma de almendra) en realidad sean dos, dispuestas éstas de forma bilateral, esto es, cada una en uno de los dos hemisferios cerebrales. Es famoso en la literatura de la neurología y la neuropsicología científica el caso de la paciente S. que sufrió el síndrome de Urbach – Wiethe.


Adolphs y colaboradores (1994, 1995) investigaron pacientes que sufrieron el síndrome de Urbach – Wiethe; una enfermedad autosómica recesiva muy rara la cual produce calcificaciones bilaterales en el lóbulo temporal medial, especialmente en las amígdalas (en el 50 – 70% de los casos). Ellos encontraron la imposibilidad en el reconocimiento de las expresiones emocionales de miedo en caras humanas, mientras que la habilidad de reconocer expresiones de felicidad en caras ajenas estaba totalmente preservada en estos pacientes.

Un mal funcionamiento de las amígdalas cerebrales no solo implicaría que un individuo manifestara, o no, la emoción de miedo, sino que además le imposibilitaría, entre otras cosas, a identificar las expresiones de miedo de los demás, así como presentarían alteraciones en la memoria episódica (la que tiene que ver con uno mismo) emocional. El miedo y todo lo relacionado con él desaparecerían, no existirían ni en él ni en los demás.

Por otro lado, y haciendo uso de la información que también hace la neurocientífica que ha llevado acabo el estudio del cerebro de Honnold, el escalador norteamericano, tal y como   indica la autora a través de los resultados de la Imagen de Resonancia Magnética estructural, posee una amígdalas sanas. La controversia viene cuando, dentro del escáner, se le realizan a los dos escaladores una tarea experimental de visualización de imágenes y comparan así a través de Imagen de Resonancia Magnética Funcional (donde se puede ver la activación del cerebro de un individuo mientras que realiza una tarea dada) los cerebros de ambos escaladores. La activación de las amígdalas de Alex Honnold para nada tiene que ver con la del otro escalador.

Que dos estructuras cerebrales concretas, y de dos personas diferentes, se activen ante una misma tarea de manera distinta no quiere decir que una funcione bien, o mal, y la otra de forma extraña o anormal, en absoluto. De hecho, haciendo referencia a las amígdalas cerebrales, podemos ver una hiperactividad de éstas en personas que manifiestan trastornos de ansiedad. Ahora es cuando podemos cuestionar todo lo que estoy argumentando. Si una persona que tiene ansiedad tiene una hiperactividad de las amígdalas Alex Honnold tendría una hipoactividad de las mismas. Obvio. Y seguramente esto sea así. Sin embargo, en nuestro cerebro, una masa gelatinosa compuesta por más células que estrellas hay en la Vía Láctea, todo es un poco más complejo. Una persona con ansiedad no solo muestra una hiperactividad de las amígdalas, sino que, a su vez, presenta una hipoactividad en regiones prefrontales que son más recientes en nuestra filogenia y que tiene que ver con la regulación y el control, por así decirlo, de regiones más primitivas como las amígdalas.

Aparcando un poco el tema neuroanatómico y centrándonos en el concepto cotidiano y sensacionalista del miedo, Alex Honnold sí experimenta miedo, pues de no ser así os puedo asegurar, entusiasmados lectores, que hoy Alex no estaría entre nosotros (eso quisiera más de uno, o una, yo incluido), pues ya se hubiera matado. Lo que seguramente el excepcional escalador norteamericano presente en su anormal y extraordinario cerebro sea una actividad del mismo modo extraordinaria en regiones prefrontales del mismo.

Las regiones prefrontales son las encargadas de las llamadas Funciones Ejecutivas. En general, dentro de este concepto se incluyen habilidades vinculadas a la capacidad de organizar y planificar una tarea, seleccionar apropiadamente los objetivos, iniciar un plan y sostenerlo en la mente mientras se ejecuta, inhibir las distracciones, cambiar de estrategias de modo flexible si el caso lo requiere, autorregular y controlar el curso de la acción para asegurarse que la meta propuesta esté en vías de lograrse, etc. En síntesis, organización, anticipación, planificación, inhibición, memoria de trabajo, flexibilidad, autorregulación y control de la conducta constituyen requisitos importantes para resolver problemas de manera eficaz y eficiente (Papazian, O., Alfonso, I., & Luzondo, R. J. 2006)

De este modo quizás la noticia debería hacer sido que Alex Honnold, ese extraordinario escalador norteamericano posee un cerebro “extraño” porque tiene un perfecto control ejecutivo. Claro que no hubiera sido tan viral.

Y ahora, ¿lo compartes?

;)



viernes, 11 de septiembre de 2015

Diferencia de sexos

Al abrir la página “Conociendo nuestrapsique, aprendiendo cómo somos”, y mirar en las estadísticas, compruebo que el número de visitantes femeninas es mayor que el de visitantes masculinos por un aplastante 69% a 31% respectivamente.

Una vez me interesé por un libro llamado “Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus”. Me llamó mucho la atención la metáfora utilizada por el autor, Jhon Gray, cuando sugiere planetas diferentes como lugar de procedencia para cada uno de los sexos. Este divertido enfoque pudiera ayudarnos a comprender, por fin, que somos diferentes, ni mejores ni peores, pero sí diferentes.

Si la naturaleza nos dispuso de órganos sexuales diferentes, ¿cómo nuestros cerebros, el que nos dirige para ser quienes somos, sentir lo que sentimos, y comportarnos como nos comportamos, no iban a serlo también? 

La paradoja de la igualdad” es un documental noruego que nos habla de esta distinción entre hombres y mujeres. Noruega es el país con más igualdad entre hombres y mujeres. Los creadores de dicho documental se dieron cuenta que, aun siendo el país con mayor igualdad entre sexo, los trabajos de ingeniería, por ejemplo, estaban más desarrollados por hombres, mientras los trabajos de enfermería, por ejemplo, eran más desarrollados por las mujeres. La conclusión que llegaron estos observadores documentados es que cuanto más igualdad y, por ende, libertad de elección tengamos, más notorias se harán esas diferencias. En un país en crisis se trabaja de lo que se puede, pero una vez tengamos la libertad de elegir libremente (como en Noruega) qué tarea desempeñar, a qué dedicarnos, las diferencias se hacen de una forma más objetivas, sin sesgos, pues cada cual se enfoca en lo que realmente le gusta y siente.

Todos somos mujeres hasta que se demuestre lo contrario

En el momento en el que el espermatozoide se encuentra con el óvulo queda determinado el sexo del bebé. Cromosomas “XX” niña, cromosomas “XY” niños. Pero durante las primeras 7 – 8 semanas de gestación, y en este tiempo el feto ya ha desarrollado los dedos de las manos y de los pies, el cromosomas “Y” no se expresa. Nos desarrollamos todos, sin excepción, como chicas hasta transcurrido ese periodo en el que se expresa el cromosoma “Y”. Tras su expresión comienzan a formarse los genitales masculinos (testículos y pene). Los testículos liberarán grandes cantidades de andrógenos, como la testosterona, que impregnarán al cerebro y lo hará diferente al de las mujeres

Muy a pesar de los machos machistas, como decía mi profesora de Psicobiología en mi primer año de carrera, “esto es así”.

Así que la igualdad total dura eso, 7 – 8 semanas. A partir de ahí, somos diferentes.

Los “localicistas” argumentaban que cada función de nuestro organismo, o nuestras conductas (hablar, ver, reír, tener miedo, etc.), estaban localizadas en un área concreta de nuestro cerebro. Así Broca descubrió el área que lleva su propio nombre, “Área de Broca”, estrechamente relacionada con el lenguaje verbal. Y no fallaron en su totalidad con esta argumentación, pues cierto es que cuando alguien sufre un daño en esta área en concreto su capacidad para hablar se ve impedida por lo que se conocen como afasias. Pero no dar un paso más a esta teoría sería aceptar que nuestro cerebro se comporta como una simple máquina. El “Área de Broca” está situada en la corteza prefrontal izquierda. Kacie Caves era una joven de 10 años cuando comenzaron sus ataques de epilepsias que se originaban en todo el hemisferio izquierdo y descontrolaba fuertemente toda la parte derecha de su joven cuerpo. Tenía más de 100 ataques epilépticos al día, por lo que era insoportable vivir así, e incluso un ataque de la envergadura de los que tenía la pequeña podría matarla. Entonces los médicos propusieron realizarle una hemisferectomía, esto es, la extirpación completa de un hemisferio cerebral, en este caso el izquierdo, el foco de los ataques de la pequeña Kacie. Pero, ¿qué pasaría con el lenguaje y las demás funciones “localizadas” en el hemisferio izquierdo? Su cerebro se reorganizó, la neuroplasticidad se hizo evidente. Kacie hoy es una mujer que puede andar y hablar.

El funcionalismo o localicismo, es un buen punto de partido, pero la complejidad de la “máquina” más sofisticada del Universo va más allá. Los cambios adaptativos que puede realizar, y que de hecho realiza, tienen un trasfondo biológico – evolucionista. Es una máquina viva, la cuidadora de nuestra especie, de nuestras vidas.

Si lo hace el organismo es porque desempeña una función evolutiva.

El hecho de que, por ejemplo, las mujeres sean más empáticas que los hombres no es fruto de la casualidad. El hombre iba de caza, la mujer se quedaba cuidando de los hijos y, para ello, tenían que ser capaces de identificar qué sentía un niño cuando lloraba. El hombre no se ocupaba de ello, por lo que no desarrolla esa capacidad del mismo modo que las féminas. Esto es solo un ejemplo, pero podríamos poner muchos más. La musculatura del hombre superior a la de las mujeres es otro ejemplo de la diferentes roles que siempre han desarrollado cada uno de los sexos en la historia de la evolución.

Los orgasmos femeninos.

El cerebro de la mujer se desconecta más del mundo exterior cuando hay sexo de por medio. Cuando realizaban el acto sexual el hombre siempre tenía que permanecer en parte vigilante ante cualquier ataque repentino de algún depredador o rival. La mujer no se ocupaba de ello por lo que podría preocuparse más de esas sensaciones placenteras que producía el acto reproductivo.

Solemos confundir igualdad de oportunidades, de derechos y de obligaciones con la igualdad absoluta, como si realmente fuéramos iguales. Somos humanos, hombres y mujeres y es por ello por lo que tenemos el derecho a igualdad de condiciones, de oportunidades y a no ser discriminados por nuestro sexo, seamos hombres o mujeres, pero no alegando para ello, que esto es algo diferente, que somos iguales. Pues no, no lo somos, para lo bueno o para lo malo. Las mujeres, y siempre generalizando, son más empáticas que los hombres y estos últimos más fuertes. A los niños, muy a pesar de muchos, van a preferir jugar con camiones que con muñecas y ellas, las niñas, van a preferir jugar con muñecas que con balones de fútbol. Os invito a que veáis el documental “La paradoja de la igualdad” para que os acabéis de convencer.

Los hombres somos de Marte, y las mujeres son de Venus.







sábado, 5 de septiembre de 2015

Un Buen Guerrero


Ahora comienzan a oírse las notas armónicas de tu piano, aún leves, aún lejos, aún tristes, marcando el compás que recorre mi cuerpo, el que gira sobre sí mismo, el que ve los cuerpos abatidos en el albero, los que lucharon hasta la muerte, la que a todos nos llega, inevitablemente.

El público en pie, agitado, eufórico e insolente , ensimismado en el sufrimiento, el dolor y la muerte de los que perecieron en la batalla que acaba de librarse. Me aclaman, veneran y  honran. El sonido del bullicio, de la algarabía y del fandango se entremezcla suave con la melodía que emana de la yema de tus dedos, y, como el viento de principios de otoño, va cogiendo fuerza, llevándose consigo las hojas del árbol florecido. Ahora puedo oírla, acallando el rugir del tumulto y la ignorancia, e imaginando que cada una de tus notas es un latir, un palpitar que se apagó, un renacer.

Inclino la cabeza. Ahora no puedo oíros, y tampoco veros. Las lágrimas que manan de mis lastimados ojos se mezclan con la sangre derramada. Puedo olerla; huele a sufrimiento, consternación y pesadumbre, huele a libertad robada, a ilusión perdida, a sueños mutilados por la afilada espada de la injusticia y el desdén. Veo los rostros de aquellos que perecieron, de aquellos osados, que aún postrados y languidecidos, arrodillados, lucharon hasta el final. Invento sus nombres, imagino sus voces, ideo cada ilusión ahogada en la ciénaga de amargura que yace a mis pies, experimento el sentir del miedo de ese instante que se va y que abandona el dolor corpóreo y terrenal.

Pienso en sus mujeres, esperando un regreso inexistentes, ahogadas en la incertidumbre que se convertirá en tormento en el momento que comprendan que estas notas ellos no podrán oírlas.  Pienso en sus hijos, vulnerables, incapaces de comprender por qué mamá no está alegre si papá se ha ido al cielo, porque el cielo es bueno, porque allí se pueden oír todas las melodías, porque los ángeles son músicos.

Sé que seguís aclamando y vitoreando, frenéticos y fanáticos. Sé que para ustedes esto es solo un pasatiempo que rellena unas vidas vacías de amor y llenas de mentiras, las que ustedes mismo os creáis, las que ustedes mismos os creéis. Sé que antes de que mis lágrimas se sequen ya habréis olvidado lo ruegos de perdón, las súplicas de clemencia de aquellos que lo dieron todo, que lucharon hasta la muerte, hasta el último momento, consumidos con el último suspiro. Sé que mañana no recordaréis este instante, o sí; y de ser así, quizás os jactéis de haber actuado bien, de poseer conciencias limpias, y esto mientras ocultáis vuestras vidas vacías de amor bajo un grueso manto de indiferencia.

Sé todo esto, soy consciente. Pero también sé que nunca podréis oír esta bella melodía. 

Para aquellos que tras luchar contra la tristeza, el desconsuelo y la pesadumbre nos dejaron, extasiados tras una batalla que no pudieron ganar. Tras de sí dejaron una vida de sufrimiento, de batalla, de ilusión perdida.