Ahora comienzan a oírse las notas
armónicas de tu piano, aún leves, aún lejos, aún tristes, marcando el compás
que recorre mi cuerpo, el que gira sobre sí mismo, el que ve los cuerpos
abatidos en el albero, los que lucharon hasta la muerte, la que a todos nos
llega, inevitablemente.
El público en pie, agitado, eufórico e
insolente , ensimismado en el sufrimiento, el dolor y la muerte de los que
perecieron en la batalla que acaba de librarse. Me aclaman, veneran y honran. El sonido del bullicio, de la algarabía
y del fandango se entremezcla suave con la melodía que emana de la yema de tus
dedos, y, como el viento de principios de otoño, va cogiendo fuerza, llevándose
consigo las hojas del árbol florecido. Ahora puedo oírla, acallando el rugir
del tumulto y la ignorancia, e imaginando que cada una de tus notas es un
latir, un palpitar que se apagó, un renacer.
Inclino la cabeza. Ahora no puedo oíros,
y tampoco veros. Las lágrimas que manan de mis lastimados ojos se mezclan con
la sangre derramada. Puedo olerla; huele a sufrimiento, consternación y
pesadumbre, huele a libertad robada, a ilusión perdida, a sueños mutilados por
la afilada espada de la injusticia y el desdén. Veo los rostros de aquellos que
perecieron, de aquellos osados, que aún postrados y languidecidos,
arrodillados, lucharon hasta el final. Invento sus nombres, imagino sus voces, ideo
cada ilusión ahogada en la ciénaga de amargura que yace a mis pies, experimento
el sentir del miedo de ese instante que se va y que abandona el dolor corpóreo
y terrenal.
Pienso en sus mujeres, esperando un
regreso inexistentes, ahogadas en la incertidumbre que se convertirá en tormento
en el momento que comprendan que estas notas ellos no podrán oírlas. Pienso en sus hijos, vulnerables, incapaces
de comprender por qué mamá no está alegre si papá se ha ido al cielo, porque el
cielo es bueno, porque allí se pueden oír todas las melodías, porque los
ángeles son músicos.
Sé que seguís aclamando y vitoreando,
frenéticos y fanáticos. Sé que para ustedes esto es solo un pasatiempo que
rellena unas vidas vacías de amor y llenas de mentiras, las que ustedes mismo
os creáis, las que ustedes mismos os creéis. Sé que antes de que mis lágrimas
se sequen ya habréis olvidado lo ruegos de perdón, las súplicas de clemencia de
aquellos que lo dieron todo, que lucharon hasta la muerte, hasta el último
momento, consumidos con el último suspiro. Sé que mañana no recordaréis este instante,
o sí; y de ser así, quizás os jactéis de haber actuado bien, de poseer
conciencias limpias, y esto mientras ocultáis vuestras vidas vacías de amor
bajo un grueso manto de indiferencia.
Sé todo esto, soy consciente. Pero
también sé que nunca podréis oír esta bella melodía.
Para aquellos que tras luchar contra la tristeza, el desconsuelo y la pesadumbre nos dejaron, extasiados tras una batalla que no pudieron ganar. Tras de sí dejaron una vida de sufrimiento, de batalla, de ilusión perdida.
Para aquellos que tras luchar contra la tristeza, el desconsuelo y la pesadumbre nos dejaron, extasiados tras una batalla que no pudieron ganar. Tras de sí dejaron una vida de sufrimiento, de batalla, de ilusión perdida.
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