lunes, 10 de agosto de 2015

Evolución: altruismo y egoísmo en la era de internet y las redes sociales

Como dormir y soñar, como comer y reír, como llorar; si nuestro organismo lo hace es porque adquirió importancia evolutiva. Los recursos son limitados; por tanto, nuestro organismo, impulsado por nuestro cerebro, no realiza ninguna acción sin significación evolutiva, para permitirnos adaptarnos de la mejor forma a nuestro medio ambiente, garantizando así nuestra supervivencia.

De esta forma surgió, entre otras muchas cosas, la cooperación, el altruismo recíproco, la acción de ayudar al prójimo porque de esta forma garantizamos, o eso creemos, que vamos a recibir el mismo trato cuando lo necesitemos. Hasta Buda así lo dijo, el altruismo puro no existe, porque aunque no se espere nada a cambio de la otra persona sí que esperamos sentirnos bien con nosotros mismos. Realizo una buena acción porque espero sentirme moralmente bien una vez realizada ésta. Un ejemplo muy claro es el que nos puso un profesor de psicología social en mi primer año de carrera. Estás en el autobús, no quedan asientos libres y tú estás ocupando uno. Entra una mujer embarazada y le ofreces tu asiento. Ella lo acepta, pero no te das las gracias. Te quedas molesto. “Hay que ver que no me ha dado ni las gracias”. Esperabas esa gratificación por su parte, esperabas algo a cambio (y por lo menos esperabas sentirte bien moralmente).

El altruismo, y la cooperación entre iguales, e incluso entre miembros de diferentes especies, surgió de forma evolutiva. Éramos más capaces si uníamos nuestras fuerzas para cazar un mamut, eso garantizaba o facilitaba, cuanto menos, nuestra supervivencia. Si yo hoy te ayudo a ti, quizás mañana tú estés para cuando te pueda necesitar. "Todo" es evolutivo. Numerosos estudios revelan, por ejemplo, que las mujeres son más capaces de desconectar su cerebro durante la cópula que los hombres. Esto es porque el hombre necesitaba permanecer más atento en caso que, mientras realizaban el acto sexual, un depredador irrumpiera en el lecho amoroso de cualquier caverna “de carretera”. Como el miedo, como el enamoramiento, como el asco, como el sudor que humedece tus manos cuando te enfrentas a algún peligro, "todo" es evolutivo. Si nuestro organismo lo hace es porque tiene un significado, de cualquier otra forma no invertiría recursos energéticos en ninguna de sus acciones.

Debemos asumir esta idea, la idea de que todas las conductas que realiza nuestro organismo tienen un significado evolutivo y que todos los cambios se originaron para garantizar nuestra supervivencia en un mundo lleno de peligros. Seguramente Lucy, “La Madre Ancestral de la Humanidad” caminaba ya erguida porque “descubrieron” que podían disponer de otra fuente de alimentación diferente a la que encontraban en los árboles que, seguramente, comenzaron a escasear. Ese fue el primer paso, bipedismo para buscar alimento y trepar (aunque no tan elegantemente como sus predecesores) a los árboles para estar seguros.

Volviendo ahora al concepto de altruismo cabe plantearse una pregunta, ¿somos altruistas o egoístas por naturaleza? Algunas teorías, como la de la “Tabula Rasa”, popularizada por el filósofo inglés John Locke, se decantan por una mente que nace limpia e inmaculada, sin reductos del pasado, totalmente virgen y que se estructura tras el nacimiento con cada una de las experiencias a las que el individuo es sometido a lo largo de su vida. Pero estas teorías empiristas no dejan de presentarnos una visión un tanto romántica de lo que realmente somos, ya que nos dispone de la libertad más absoluta para definirnos como individuos, como personas. No podemos negar que el ambiente nos conforma en mayor medida (La educación, el entorno social, la familia, los amigos y todas y cada una de las experiencias vividas son la que nos dotan de una carácter, de una representación fidedigna de nuestra idiosincrasia). Sin embargo, no podemos omitir que atrás dejamos un pasado, una memoria evolutiva; como los recuerdos que conforman nuestra memoria individual y que nos hacen hoy ser las personas que somos. Al igual que, como individuos, careceríamos de identidad propia sin los recuerdos de nuestra vida pasada, no seríamos, como especie, la raza “superior” que hoy presumimos ser si ignorásemos la historia de la evolución. Sin la más mínima intención de polemizar sobre las creencias de las personas sobre el origen de nuestra especie, de nuestro mundo o de lo que nos espera tras nuestro último soplo de aire, creo que sería absurdo obviar algo con tanta solidez como el carácter evolutivo de las especies en pos de teorías divinas sin fundamentos, lo cual no quiere decir que no pudieran ser ciertas.  Pero soslayar y eludir el hecho de que procedemos de un pasado evolutivo me parece un pensamiento arcaico, poco crítico y de inflexibilidad mental, pues solo haría falta echar un vistazo a trabajos como los de Steven Pinker y otros biólogos evolutivos para darnos cuenta de que disponemos de un pasado filogenético y ontogenético.

El altruismo fue evolutivo porque era mejor que ser egoísta.

La ciencia del cerebro o neurociencia (cada vez menos gracias a Dios, o a la evolución) ha utilizado los cerebros de animales para trasladar los conocimientos adquiridos a través de éstos a la especie humana. Los más utilizados, los de ratas (supongo por la relación inversa entre el parecido de sus cerebros y la característica de especie “repugnante” que se les ha otorgado desde siempre a estos simpáticos animalillos). Pareciera que es más ético sacrificar el cerebro de una rata en pos de la ciencia que el de un chimpancé, como si una vida valiese más que otra. Claro que sería tosco negar la importancia y relevancia que ha tenido el estudio de los cerebros de animales para comprender las causas del comportamiento humano y, por ende, la posibilidad de salvar muchas vidas. En cualquier caso, no quiero crear un debate acerca de la experimentación animal, sino enfatizar el hecho de que somos, nuestro cerebros son, mucho más parecidos al de cualquier otro mamífero del reino animal de lo que podamos imaginar. De hecho, en mucha bibliografía podemos encontrar 3 subdivisiones de nuestro cerebro. El primero, el cerebro reptiliano, el tronco encefálico, encargado de las funciones vitales de nuestro organismo tales como respiración, ritmo cardíaco, etc. El segundo, el cerebro mamífero o emocional, con nuestro sistema límbico y todo el conjunto de emociones del que disponemos. El tercero, el cerebro racional, la parte pensante, el cerebro ejecutivo y evaluador, la corteza o neocorteza. Y es esta última subdivisión, el cerebro racional, la que nos diferencia, “con diferencia”, del resto de los mamíferos. La capacidad de evaluar las acciones, de tomar las decisiones, la consciencia y, como no, el habla, son el legado que esta diferenciación cerebral nos ha dejado y la que nos hace tan distintos al resto de seres vivos.

Recuerdo cuando asistí, inmóvil y horrorizado (todo hay que decirlo) a uno de los muchos partos de una perra caniche que tuve hace años, Tuitti. Lo que más me impresionó no fue el instinto maternal de Tuitti y cómo ésta, sin emitir sonido alguno, dio a luz a ocho cachorros, los lamió hasta dejarlos relucientes y se comía la placenta, sino cómo los cachorros se peleaban entre ellos por asir un pezón de Tuitti y poder así alimentarse. Mientras unos engordaban por días otros murieron. La analogía con los seres humanos es perfecta si observamos el comportamiento de un bebé humano. Al margen de las carencias individuales de las que disponemos tras ser dados a luz, si observamos el comportamiento de un bebé, e incluso el de un niño en sus primeros años de infancia, nos podemos dar cuenta del sustrato egoísta con el que venimos al mundo (y es algo normal porque todo lo que hace nuestro organismo, incluso nuestras conductas en los primeros momentos de vida,  lo hace a favor de nuestra adaptación y supervivencia). A partir de ahí, la educación recibida por los padres y la sociedad en general son los encargados de minimizar ese egoísmo innato con el que nacemos e ir inculcando en el niño el altruismo y la generosidad para adecuarlo a un estilo de vida altruista, cooperativo, empático y afable. Pero no porque nazcamos con estas características, sino porque son miles de años de evolución los que nos ha enseñado que si hoy yo te ayudo a ti, tú estarás ahí disponible cuando a mí me haga falta en el futuro.

Ahora bien, ¿qué puede estar pasando en las sociedades actuales? ¿por qué se ven conductas tan sorprendentemente egoístas en las civilizaciones de ahora? ¿Por qué un hombre tirado en una acera (esto se hizo en un experimento social en Alemania) en una calle llena de transeúntes debe esperar 15 minutos hasta que alguien pare a prestarle ayuda?

Antes debíamos alimentarnos cazando un mamut, o debíamos excavar una cueva para poder estar a salvo de depredadores, y para elle necesitábamos ayuda. Yo te ayudaba a ti y tú a mí, y así nos beneficiábamos los dos. ¿Podría ahora estar ocurriendo un cambio? Nunca antes en la historia de la humanidad los cambios y el “progreso” habían ocurrido a tal velocidad. Los cambios en la comunicación y, por ende, en las relaciones sociales están sufriendo un deterioro significativo en los comportamientos interpersonales. En la era de la comunicación estamos más desconectados que nunca; si no del mundo, de las personas. Quizás esa proximidad física que estamos perdiendo sea necesaria para enfatizar y producir ese carácter empático (quizás no, seguro) que poco a poco podría estar desapareciendo (ayer sin más me llegó un vídeo de media hora de peleas callejeras. Lo sorprendente no es el hecho de que existan peleas callejeras, sino que hay gente dispuestas a grabarlas en lugar de parar la pelea, a editar las imágenes y  distribuirlas por las redes sociales). Quizás la capacidad y disponibilidad de conseguir “el mamut” de forma individual, desde casa, con un clic, esté produciendo ese cambio que va desde el altruismo, sea recíproco o de cualquier otra forma, hacia un pensamiento más egoísta, alimentado éste, cómo no, por una sociedad competitiva e individualizada. En cualquier caso, todo esto son especulaciones que espero nos  hagan reflexionar hacia dónde nos dirigimos y hacia dónde dirigiremos las generaciones futuras...

Miedo me da cuando las consecuencias de esta forma de vida se manifiesten….


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