jueves, 20 de agosto de 2015

Intenciones, consecuencias y moralidad en una era virtual...

Un tren viene a toda velocidad. Tú observas cómo en las vías del tren hay cuatro personas atrapadas en un coche. El impacto será inminente y letal. Desde tu segura posición puedes acceder a una palanca que desviaría el convoy hacia una vía secundaria, pero en ésta se encuentra un empleado de mantenimiento que morirá si desvías el aparato. Mueren cuatro personas o muere una persona. ¿Qué harías?

Ahora una situación similar. Viene un tren a toda velocidad. Observas lo mismo que antes, cuatro personas atrapadas en un coche en mitad de las vías. El impacto será inminente. Tu estás en el seguro andén. Junto a ti una persona muy grande con una pesada mochila a sus espaldas. Si empujas al corpulento señor harás que el tren se frene y que no mate a las cuatro personas atrapadas en las vías dentro del coche, pero el caballero morirá. Mueren cuatro personas o muere una persona. ¿Qué harías?

Parecen casos similares. La mayoría de la gente no encuentra "ningún" problema en accionar la palanca del primer caso, pero no empujaría al corpulento señor (o por lo menos se le nota la tensión cuando piensa en ello), pues la acción de empujar al caballero ejerce una fuerza emocional mucho más fuerte que accionar la palanca. ¿Qué diferencia hay si en ambos casos estás matando a una persona para salvar cuatro vidas humanas?

Somos seres sociales por naturaleza. Aprendimos que en sociedad podríamos obtener más ventajas que viviendo en solitario. Enseguida se creó una moral social, en la que, obviamente, estaba mal visto realizar una acción directa sobre un “igual” cuando éste pudiera sufrir algún daño. Si hacíamos esto se disparaba nuestra alarma emocional sancionadora. Sin embargo, por aquellos tiempos de cavernas y mamuts no existían palancas accionar ni interruptores que pulsar, por lo que la acción de tomar la decisión de pulsar un interruptor o accionar una palanca no ejerce en nosotros esa alarma emocional tan fuerte, sino que más bien el juicio de estas acciones está relacionado con otra región del cerebro, mucho más reciente, encargado de la toma de decisiones. Resumiendo, la acción directa activa más nuestro sistema emocional que cuando la acción es indirecta. Los psicópatas, con grades deficiencias en las conexiones reguladoras de las emociones, no ven diferencias en los dos casos expuestos anteriormente.

En los experimentos de Milgran, en los que un individuo suministraba descargas eléctricas a una persona cuando ésta fallaba una tarea de memorización, hubo un aumento de personas que se echaban atrás en la aplicación de las descargas cuando se encontraban en la misma habitación que la persona que recibía el eléctrico castigo. De nuevo, un ejemplo más de la relevancia de la acción directa en las conductas coercitivas, y, por supuesto, aunque no es el tema a abordar, en las afectivas.

Cada vez nuestras relaciones interpersonales son más abundantes. Redes sociales, chats, mails. Podemos decidir en un instante, mientras que esperamos en la cola del supermercado por ejemplo, hablar con alguien. Solo tenemos que sacar nuestro Smartphone y ver quién, de esos 752 amigos, se encuentra online en ese preciso momento en el que el empleado de caja del súper no sabe el código de la remolacha. Acceso instantáneo, pero de acción indirecta.

Las maravillas de la tecnología, la majestuosidad de las herramientas comunicativas impensable hace no demasiados años. Hoy mismo he estado hablando con una amiga que está en Hawái, mandándonos fotos e intercambiando opiniones de la subjetiva apreciación de la belleza de las playas del mundo. Hoy mismo he visitado Hawái, y eso es un dinero que me he ahorrado (véase la ironía).

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Los niños menores de seis años suelen realizar un juicio moral basándose más en las consecuencias de una conducta que en la intención de la misma. Ellos no ven la diferencia entre romper el precioso jarrón de mamá que decora el salón desde hace años al tropezar sin querer, que no romperlo aún habiéndole tirado, en un momento de rabieta descontrolada, una pelota adrede con la intención de hacerlo estallar en mil pedazos. Esto es porque, aunque no lo crean, existe un área en nuestro cerebro (y esto es ciencia. Podéis ver más pinchando aquí) encargada de evaluar e interpretar lo que piensan los demás y así poder emitir juicios morales. Esta área, llamada área temporoparietal derecha, se activa, y con esta activación interpreta y evalúa,  cuando vemos a una persona realizando una acción. Lo que le ocurre a los infantes menores de 6 años es que, al igual que otras muchas regiones cerebrales en la infancia, el área temporoparietal derecha no se termina de desarrollar hasta aproximadamente esa edad. Seguro que muchos de vosotros, alguna vez en vuestra infancia, aún sin haber tenido intención de realizar algún que otro destrozo doméstico, oyó la voz acusica de un hermano que decía: “te la vas a cargar cuando se entere mamá”. En el experimento, como habéis leído, se inhibía, con estimulación magnética trascraneal, esa región cerebral y los participantes, adultos, realizaban juicios morales no ya por la intencionalidad de la conducta, sino por las consecuencias, intencionadas o no, que éstas tenían.

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¿Cómo podríamos relacionar estos dos conceptos, acción directa o indirecta, y juicios morales dependiente de la intención o las consecuencias?

¿Serían simples especulaciones vaticinar que las carencias comunicativas directas que los medios virtuales están provocando nos están permitiendo realizar conductas que de alguna otra manera no realizaríamos si nuestras acciones y relaciones interpersonales se realizaran de una forma más directas y que, al mismo tiempo, situándonos ya no en el papel del autor o ejecutor de la conducta indirecta, sino en el de la persona que es víctima de ésta, estas formas de conexiones virtuales indirectas podrían estar modificando nuestros sistemas neuronales implicados en los dos “tipos” de juicios morales descritos anteriormente?

Pero no solo las acciones indirectas comunicativas se realizan a través de la red de redes. ¿Quién no ha experimentado la agresividad de alguna persona desde el interior de su vehículo? ¿Quién no ha oído cómo la multitud insultaba a un árbitro de fútbol? Seguro que si ese conductor que muestra una actitud agresiva o ese espectador insultante estuvieran directamente en contacto con las personas víctimas de sus conductas amorales la cosa era bien distinta. Claro está que podríamos achacar esa agresividad a la cobardía de estos individuos que se aprovechan de la inaccesibilidad de la otra persona para expresar su frustración vital (y seguro que así es), pero me atrevo a decir que, sin duda alguna, ese distanciamiento nos deshumaniza, aniquilando nuestra empatía, y por esa razón el ser frustrado es capaz de realizar esa conducta.

Por el contrario, ¿cómo juzgar una acción y/o un comportamiento como intencionado o no sin entablar acciones directas, desde el otro lado de la barrera comunicativa que es internet, el automóvil o el cordón policial que rodea el estadio de fútbol? ¿Cómo emitir el juicio objetivo (dentro de toda la objetividad posible en un mundo subjetivo) de una acción virtual? ¿Nos deshumanizan las redes sociales, los grupos de Whatsapp y los e-mails, y nos regresan a una infancia aún en vías de desarrollo moral?

Sin duda, el papel de las neuronas espejo (ese conjunto de neuronas encargadas de imitar el comportamiento ajeno, cuyo papel en el aprendizaje por observación es determinante y necesario y, a su vez, encargadas también de descifrar el estado emocional de los demás, ese conjunto de neuronas madres de la empatía) juega un papel relacional fundamental tanto en la capacidad de tomar una decisión por acción directa o indirecta como para emitir un juicio moral correcto y satisfactorio para la sociedad actual.


Claro que, ¿cómo mirarnos a un espejo que se esconde detrás de un teclado?

1 comentarios:

  1. Homo ludens (1938) es el título de un libro publicado por el profesor, historiador y teórico de la cultura holandesa Johan Huizinga. En el libro, cuyo título se podría traducir al español como Hombre que juega, el escritor utiliza este término de la teoría de juegos y analiza su importancia social y cultural. En efecto, la tesis principal de Johan Huizinga destaca que el acto de jugar es consustancial a la cultura humana en su ensayo sobre la función social del juego. La verdad que cuando leí el libro y afirma que el ser humano no deja de jugar hasta que muere, no lo tome demasiado en serio. Leo lo que escribes y me hace reflexionar, porque sustituir las relaciones sociales por virtuales enciende esa tendencia innata lúdica ya que al no vernos, no existir vida compartida se miente mucho mas y adoptándose personajes y roles idealizados. El problema de las relaciones virtuales es que estemos mas cerca de accionar la palanca que se empujar a la vía y generar ese tipo de habilidades sociales no es positivo. Me ha gustado mucho esa reflexión y cuidado con los juegos, que a veces estallan en las manos.

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