miércoles, 10 de junio de 2015

el cambio duele... (by Kpot)

El cambio “duele

No recuerdo quién dijo que “el cambio duele”. ¿Literal o metafóricamente? Saquen vuestras propias conclusiones. Después están quienes dicen que “a una cierta edad ya no se cambia”. Ilusos, por cierto.

Estamos en constante cambio, nos guste o no. Nuestro organismo, y por tanto nuestra mente, son entes dinámicas, en constante evolución, a cada instante. Ni tú ni yo somos ya quienes éramos hace unos meses, ni tan siquiera hace unos días, o unas horas. Con cada suceso, con cada situación, incluso con cada pensamiento, todo nuestro circuito neuronal, aquel que nos dispone y sitúa como lo que hoy y ahora somos, se transforma. Somos el resultado de las experiencias vividas. Lo que hoy forma nuestra personalidad, nuestra individualidad, nuestra idiosincrasia, al margen de los correspondientes factores genéticos predisponentes, es el resultado de todas y cada una de las situaciones vividas en el pasado. ¿Acaso serías como eres en estos momentos, pensarías lo que piensas actualmente y tendrías los valores de los que dispones en estos instantes si hubieras sido entregado en adopción a otra familia, o si tus padres hubieran decidido mudarse de cuidad cuando eras pequeño, o si no hubieras cortado con ese primer amor? Lo que puede parecer algo muy general también se traslada a lo específico y concreto. Estamos en un continuo cambio, y el mayor de los mecanismo que originan esa transformación son nuestros pensamientos.

Pero, entonces, ¿por qué vemos a gente que, incluso con el paso del tiempo, “parece” no cambiar?

Para entender esto hay que ver el cambio a través de dos concepciones bien diferenciadas.

La primera, es el cambio en su acepción más común. La modificación de una cosa, o persona, que se convierte en algo distinto u opuesto a lo habitual. Pongamos una persona que siempre, en todas sus relaciones, ha sido infiel. Si esa conducta, por los motivos que sean, sufre esa modificación encaminada a lo opuesto (ser fiel con su nueva pareja) se entiende que la persona ha cambiado.

La segunda, y más compleja, es que ese cambio, que entendemos que no se produce, (la persona sigue siendo infiel) se manifiesta en la potenciación de la misma conducta (ser infiel).  No es que la persona con el paso del tiempo ya no pueda cambiar, sino que cada vez, esas conexiones neuronales que dictaminan, por decirlo de alguna forma, lo que hoy somos son más fuertes. “¿Cómo va a cambiar alguien con 60 años?”. Es muy común oír frases de este tipo. Pero, el “cambio” (en cualquiera de sus manifestaciones) sí se produce, siempre. Entonces, ¿qué es lo que ocurre? Pues que una persona, supongamos tacaña, con 60 años de edad, que siempre ha sido tacaña le será muy difícil mostrar generosidad, pero no por el hecho de tener 60 años, ni porque un cerebro de esta edad no pueda transformarse y cambiar, porque como hemos visto y sabemos sí se transforma continuamente, sino porque durante todos esos años ese cambio ha sido la potenciación del hecho de ser tacaño.




Esas conexiones neuronales (las que lo conforman como un individuo tacaño) se fueron haciendo cada vez más fuerte con el paso del tiempo, como una bola de nieve que ahora se ha hecho grande, muy grande. Para derretir esas conexiones harían falta grandes cantidades de calor, nada más.

Supongamos que esa persona de 60 años quiere producir un cambio. Se siente solo. Ser tacaño le ha generado muchos problemas en su vida, le ha convertido en una persona con pocos amigos, solitaria y triste. Ahora siente que quiere cambiar. Entonces comienza a realizar actividades solidarias y generosas. Recordemos que la bola de nieve es gorda, ruda y tosca. Comienza a “darle calor a esa gigantesca bola de nieve” con sus conductas altruistas y bondadosas. La bola comienza sutilmente a derretirse, pero son muchos años de dar vueltas sobre el terreno nevado y, mucho antes de que esa bola de nieve desaparezca, la persona se ha cansado de nos sentir felicidad, recompensa o satisfacción realizando la nueva conducta, por lo que decide volver a ser como era siempre, volver a ese patrón de conducta bien establecido y “cómodo” y, sobre todo, a justificarla. “¿Acaso hace alguien algo por mí o alguien me da algo a mí?" La bola, que había ido disminuyendo de tamaño, vuelve a coger forma, engrosándose de nuevo, fortaleciendo esas conexiones neuronales que le han conferido el don de tacañear.

Volviendo a las dos concepciones del cambio anteriormente expuestas, podríamos decir que para que se produzca ese cambio que se manifiesta en la modificación de una conducta por otra diferente u opuesta, el cambio según lo entendemos habitualmente, se han de originar primero las conductas contrarias el tiempo necesario y suficiente para que la conducta a cambiar se extinga y pueda generarse el sentimiento antagónico de bienestar con la conducta deseada; es lo que en la psicología del aprendizaje se llama contracondicionamiento.

Como vimos al principio, nuestros pensamientos son el origen, el mecanismo predisponente del cambio, en cualquiera de las dos concepciones expuestas. Si comenzamos con un cambio de pensamientos comenzaremos a aniquilar viejas, arraigadas y desadaptativas formas de ver la vida. Pero, mientras no le dediquemos el trabajo y el tiempo necesario para que ello ocurra no nos sentiremos bien. Ese el es proceso que “duele”.

¿Por qué ocurre esto?

Porque nuestro cerebro tiene una capacidad limitada.

Einstein era un superdotado, eso todo el mundo lo sabe, ¿cierto? Pero Einstein tampoco habló hasta los 3 años, y no lo hizo correctamente hasta los 9 años. Si tenemos una potencialidad en nuestro cerebro, también mostraremos carencias en otras diversas funciones del mismo.

Los procesos atencionales del cerebro, por ser parte de éste, también tiene una capacidad limitada. Por ello, cuando aprendemos algún tipo de conducta, por ejemplo conducir, al principio del aprendizaje de dicha conducta necesitamos prestar mucha atención y no podemos hacer nada, incluso no podemos atender a una conversación mientras estamos conduciendo, pues toda la atención está en la acción de conducir. Con


la práctica nuestro cerebro automatiza lo aprendido. Ya no solo podemos conducir y mantener a la vez una conversación, sino que somos capaces de realizar multitareas (una vez adelanté a un hombre que conducía mientras leía un libro, ¿o leía un libro mientras conducía?). De esta forma, automatizando conductas nuestro cerebro está disponible para atender otra información.

Con los pensamientos pasa algo similar. Si queremos generar conductas opuestas, diferentes o contrarias a las que tenemos actualmente, debemos aprender “a conducir” de nuevo. Necesitamos invertirle tiempo, atención, y como consecuencia, nuestra mente se cansará de ello si no ponemos todo nuestro empeño, ya que necesitará “espacio” para atender otra información; no se siente “cómodo”. Es por esto por lo que cambiar “cuesta” tanto, por lo que es fatigoso, trabajoso y arduo; esa es la razón por la que “el cambio duele”.

En cambio, si dejamos a nuestro cerebro “descansar” y ocuparse de otras cosas  (esto es, no dedicarle el tiempo suficiente por la incomodidad que produce) entonces el cambio, como la modificación de la conducta por otra opuesta, no se producirá, sino que, esto es lo importante, se potenciará la conducta establecida anteriormente por los procesos automáticos que se generan, como hemos dicho antes, con lo ya aprendido (en este caso las conductas desadaptativas; como ser tacaño).

Como hemos visto anteriormente, los procesos cognitivos tienen capacidad limitada. La atención es el proceso cognitivo principal en el aprendizaje. No se puede aprender sobre aquello a lo que no se ha prestado atención; la atención necesaria y suficiente. Al pretender realizar un cambio de conducta, partiendo de la base que somos lo que pensamos, debemos modificar nuestros pensamientos; es lo que se llama en psicología reestructuración cognitiva. Sabemos que nuestro cerebro, por esa “comodidad” de la que hablábamos, automatiza, esto es hace inconsciente, lo ya aprendido, nuestra conducta, originada ésta por nuestra forma de pensar durante un periodo de tiempo más o menos largo. La reestructuración cognitiva, ese cambio de modelo mental de pensamientos, implica hacer conscientes los pensamientos automatizados e inconscientes y, a partir de ahí, de una forma consciente, cambiarlos; y esto es necesario que lo hagamos el tiempo suficiente para que el cerebro lo aprenda y lo automatice. Pero requiere tiempo y esfuerzo; un tiempo y un esfuerzo a veces incómodo y “doloroso”. Cabe recordar que, el tiempo suficiente es el requerido para que las nuevas conductas, generadas por nuevos y controlados pensamientos, “supere”, por decirlo de alguna manera, las viejas y desadaptativas formas de pensamientos; el contracondicionamiento del que hablábamos anteriormente.

Otro ejemplo es cuando aprendimos a conducir sin haber ido antes a la autoescuela y lo hacíamos de una manera no del todo correcta. Llegado el momento era muy difícil cambiar esa forma de conducir por la que exigían en la academia. Debías prestarle atención y estar atento, claro que en esos casos teníamos un gran incentivo, obtener el carnet de conducir y desistir de dejarnos  más pasta en exámenes.



La cuestión es, ¿cuál es tu incentivo?

2 comentarios:

  1. Es algo que llevo meditando un tiempo...
    Somos una amalgama de experiencias, aprendizajes, interacciones personales, e incluso, ambientales.
    Sin ir más lejos, y tomando mi propia percepción de los cambios acaecidos en mí con el devenir de los años, me cuesta imaginar a la chica de 16 años que moría por una foto de Michael Jackson y suspiraba, a escondidas, por llegar a ser cantante, actriz, "loquesea" que tenemos en esas cabecitas inmaduras y poco modeladas....
    El tiempo, los éxitos, rupturas, retos, fracasos, decepciones, ilusiones y sobre todo las interacciones con personas que , en algún momento de su vida son tangenciales a tu momento de la vida, dejan una pátina indeleble sobre tu YO... Y es esa pátina la que, de alguna manera, va forjando un nuevo YO diferente en cosas tan sutiles como un nuevo placer?, un nuevo deseo?, un nuevo estilo musical?, una nueva afición?, una nueva visión de la vida?.....
    Desde estas líneas quiero agradecer a todas esas personas que, en un lapso de sus vidas , unieron su YO a mi YO y de esa interacción surgieron ondas de cambio que, con el discurrir del tiempo, han hecho que hoy sea una persona en pleno proceso de cambio....de evolución.

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  2. y qué buen cambio!!! no te conocía, pero me gustas más ahora que la adolescente enamorada del Sr. Jackson. Indudablemente creo que esto debiera servir para tres cosas. La primera, para no olvidar de donde venimos, a la gente que pasó por nuestras vidas, porque gracias a ellos en buena parte somos hoy lo que somos. La segunda, para no arrepentirnos de nada del pasado, porque cuando se unen los puntos descubrimos cuán necesario fue que ocurriera todo tal como sucedió (esto es lo más duro y difícil). Y, tercero, para, una vez recordado todo esto, intentar generar esos cambios "dolorosos" para que siempre seamos la mejor versión de nosotros mismos..

    Gracias Mariló!!!

    besazo

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