El cambio “duele”
No recuerdo
quién dijo que “el cambio duele”. ¿Literal o metafóricamente?
Saquen vuestras propias conclusiones. Después están quienes dicen que “a una
cierta edad ya no se cambia”. Ilusos, por cierto.
Estamos en
constante cambio, nos guste o no. Nuestro organismo, y por tanto nuestra mente,
son entes dinámicas, en constante evolución, a cada instante. Ni tú ni yo somos
ya quienes éramos hace unos meses, ni tan siquiera hace unos días, o unas
horas. Con cada suceso, con cada situación, incluso con cada pensamiento, todo
nuestro circuito neuronal, aquel que nos dispone y sitúa como lo que hoy y
ahora somos, se transforma. Somos el resultado de las experiencias vividas. Lo
que hoy forma nuestra personalidad, nuestra individualidad, nuestra
idiosincrasia, al margen de los correspondientes factores genéticos
predisponentes, es el resultado de todas y cada una de las situaciones vividas
en el pasado. ¿Acaso serías como eres en estos momentos, pensarías lo que
piensas actualmente y tendrías los valores de los que dispones en estos
instantes si hubieras sido entregado en adopción a otra familia, o si tus
padres hubieran decidido mudarse de cuidad cuando eras pequeño, o si no hubieras
cortado con ese primer amor? Lo que puede parecer algo muy general también se
traslada a lo específico y concreto. Estamos en un continuo cambio, y el mayor
de los mecanismo que originan esa transformación son nuestros pensamientos.
Pero, entonces,
¿por qué vemos a gente que, incluso con el paso del tiempo, “parece” no
cambiar?
Para entender
esto hay que ver el cambio a través de dos concepciones bien diferenciadas.
La primera, es
el cambio en su acepción más común. La modificación de una cosa, o persona, que
se convierte en algo distinto u opuesto a lo habitual. Pongamos una persona que
siempre, en todas sus relaciones, ha sido infiel. Si esa conducta, por los
motivos que sean, sufre esa modificación encaminada a lo opuesto (ser fiel con
su nueva pareja) se entiende que la persona ha cambiado.
La segunda, y
más compleja, es que ese cambio, que entendemos que no se produce, (la persona
sigue siendo infiel) se manifiesta en la potenciación de la misma conducta (ser
infiel). No es que la persona con el paso del tiempo ya no pueda
cambiar, sino que cada vez, esas conexiones neuronales que dictaminan, por
decirlo de alguna forma, lo que hoy somos son más fuertes. “¿Cómo va a cambiar alguien con 60 años?”. Es muy común oír frases
de este tipo. Pero, el “cambio” (en cualquiera de sus manifestaciones) sí se
produce, siempre. Entonces, ¿qué es lo que ocurre? Pues que una persona,
supongamos tacaña, con 60 años de edad, que siempre ha sido tacaña le será muy
difícil mostrar generosidad, pero no por el hecho de tener 60 años, ni porque
un cerebro de esta edad no pueda transformarse y cambiar, porque como hemos
visto y sabemos sí se transforma continuamente, sino porque durante todos esos
años ese cambio ha sido la potenciación del hecho de ser tacaño.
Esas conexiones
neuronales (las que lo conforman como un individuo tacaño) se fueron haciendo
cada vez más fuerte con el paso del tiempo, como una bola de nieve que ahora se
ha hecho grande, muy grande. Para derretir esas conexiones harían falta grandes
cantidades de calor, nada más.
Supongamos que
esa persona de 60 años quiere producir un cambio. Se siente solo. Ser tacaño le
ha generado muchos problemas en su vida, le ha convertido en una persona con
pocos amigos, solitaria y triste. Ahora siente que quiere cambiar. Entonces
comienza a realizar actividades solidarias y generosas. Recordemos que la bola
de nieve es gorda, ruda y tosca. Comienza a “darle calor a esa gigantesca bola
de nieve” con sus conductas altruistas y bondadosas. La bola comienza sutilmente
a derretirse, pero son muchos años de dar vueltas sobre el terreno nevado y,
mucho antes de que esa bola de nieve desaparezca, la persona se ha cansado de
nos sentir felicidad, recompensa o satisfacción realizando la nueva conducta,
por lo que decide volver a ser como era siempre, volver a ese patrón de
conducta bien establecido y “cómodo” y, sobre todo, a justificarla. “¿Acaso hace alguien algo por mí o alguien
me da algo a mí?" La bola, que había ido disminuyendo de tamaño,
vuelve a coger forma, engrosándose de nuevo, fortaleciendo esas conexiones
neuronales que le han conferido el don de tacañear.
Volviendo a las
dos concepciones del cambio anteriormente expuestas, podríamos decir que para
que se produzca ese cambio que se manifiesta en la modificación de una conducta
por otra diferente u opuesta, el cambio según lo entendemos habitualmente, se
han de originar primero las conductas contrarias el tiempo necesario y
suficiente para que la conducta a cambiar se extinga y pueda generarse el
sentimiento antagónico de bienestar con la conducta deseada; es lo que en la
psicología del aprendizaje se llama contracondicionamiento.
Como vimos al
principio, nuestros pensamientos son el origen, el mecanismo predisponente del
cambio, en cualquiera de las dos concepciones expuestas. Si comenzamos con un
cambio de pensamientos comenzaremos a aniquilar viejas, arraigadas y
desadaptativas formas de ver la vida. Pero, mientras no le dediquemos el
trabajo y el tiempo necesario para que ello ocurra no nos sentiremos bien. Ese
el es proceso que “duele”.
¿Por qué ocurre
esto?
Porque nuestro
cerebro tiene una capacidad limitada.
Einstein era un
superdotado, eso todo el mundo lo sabe, ¿cierto? Pero Einstein tampoco habló
hasta los 3 años, y no lo hizo correctamente hasta los 9 años. Si tenemos una
potencialidad en nuestro cerebro, también mostraremos carencias en otras
diversas funciones del mismo.
Los procesos
atencionales del cerebro, por ser parte de éste, también tiene una capacidad
limitada. Por ello, cuando aprendemos algún tipo de conducta, por ejemplo
conducir, al principio del aprendizaje de dicha conducta necesitamos prestar
mucha atención y no podemos hacer nada, incluso no podemos atender a una
conversación mientras estamos conduciendo, pues toda la atención está en la
acción de conducir. Con
la práctica
nuestro cerebro automatiza lo aprendido. Ya no solo podemos conducir y mantener
a la vez una conversación, sino que somos capaces de realizar multitareas (una
vez adelanté a un hombre que conducía mientras leía un libro, ¿o leía un libro mientras
conducía?). De esta forma, automatizando conductas nuestro cerebro está
disponible para atender otra información.
Con los
pensamientos pasa algo similar. Si queremos generar conductas opuestas,
diferentes o contrarias a las que tenemos actualmente, debemos aprender “a
conducir” de nuevo. Necesitamos invertirle tiempo, atención, y como
consecuencia, nuestra mente se cansará de ello si no ponemos todo nuestro
empeño, ya que necesitará “espacio” para atender otra información; no se siente
“cómodo”. Es por esto por lo que cambiar “cuesta” tanto, por lo que es fatigoso,
trabajoso y arduo; esa es la razón por la que “el cambio duele”.
En cambio, si
dejamos a nuestro cerebro “descansar” y ocuparse de otras
cosas (esto es, no dedicarle el tiempo suficiente por la incomodidad
que produce) entonces el cambio, como la modificación de la conducta por otra
opuesta, no se producirá, sino que, esto es lo importante, se potenciará la
conducta establecida anteriormente por los procesos automáticos que se generan,
como hemos dicho antes, con lo ya aprendido (en este caso las conductas
desadaptativas; como ser tacaño).
Como hemos
visto anteriormente, los procesos cognitivos tienen capacidad limitada. La
atención es el proceso cognitivo principal en el aprendizaje. No se puede
aprender sobre aquello a lo que no se ha prestado atención; la atención
necesaria y suficiente. Al pretender realizar un cambio de conducta, partiendo de
la base que somos lo que pensamos, debemos modificar nuestros pensamientos; es
lo que se llama en psicología reestructuración
cognitiva. Sabemos que nuestro cerebro, por esa “comodidad” de la que
hablábamos, automatiza, esto es hace inconsciente, lo ya aprendido, nuestra
conducta, originada ésta por nuestra forma de pensar durante un periodo de
tiempo más o menos largo. La reestructuración
cognitiva, ese cambio de modelo mental de pensamientos, implica hacer
conscientes los pensamientos automatizados e inconscientes y, a partir de ahí,
de una forma consciente, cambiarlos; y esto es necesario que lo hagamos el
tiempo suficiente para que el cerebro lo aprenda y lo automatice. Pero requiere
tiempo y esfuerzo; un tiempo y un esfuerzo a veces incómodo y “doloroso”. Cabe
recordar que, el tiempo suficiente es el requerido para que las nuevas
conductas, generadas por nuevos y controlados pensamientos, “supere”, por
decirlo de alguna manera, las viejas y desadaptativas formas de pensamientos;
el contracondicionamiento del que
hablábamos anteriormente.
Otro ejemplo es
cuando aprendimos a conducir sin haber ido antes a la autoescuela y lo hacíamos
de una manera no del todo correcta. Llegado el momento era muy difícil cambiar
esa forma de conducir por la que exigían en la academia. Debías prestarle
atención y estar atento, claro que en esos casos teníamos un gran incentivo,
obtener el carnet de conducir y desistir de dejarnos más pasta en
exámenes.
La cuestión es,
¿cuál es tu incentivo?
Es algo que llevo meditando un tiempo...
ResponderEliminarSomos una amalgama de experiencias, aprendizajes, interacciones personales, e incluso, ambientales.
Sin ir más lejos, y tomando mi propia percepción de los cambios acaecidos en mí con el devenir de los años, me cuesta imaginar a la chica de 16 años que moría por una foto de Michael Jackson y suspiraba, a escondidas, por llegar a ser cantante, actriz, "loquesea" que tenemos en esas cabecitas inmaduras y poco modeladas....
El tiempo, los éxitos, rupturas, retos, fracasos, decepciones, ilusiones y sobre todo las interacciones con personas que , en algún momento de su vida son tangenciales a tu momento de la vida, dejan una pátina indeleble sobre tu YO... Y es esa pátina la que, de alguna manera, va forjando un nuevo YO diferente en cosas tan sutiles como un nuevo placer?, un nuevo deseo?, un nuevo estilo musical?, una nueva afición?, una nueva visión de la vida?.....
Desde estas líneas quiero agradecer a todas esas personas que, en un lapso de sus vidas , unieron su YO a mi YO y de esa interacción surgieron ondas de cambio que, con el discurrir del tiempo, han hecho que hoy sea una persona en pleno proceso de cambio....de evolución.
y qué buen cambio!!! no te conocía, pero me gustas más ahora que la adolescente enamorada del Sr. Jackson. Indudablemente creo que esto debiera servir para tres cosas. La primera, para no olvidar de donde venimos, a la gente que pasó por nuestras vidas, porque gracias a ellos en buena parte somos hoy lo que somos. La segunda, para no arrepentirnos de nada del pasado, porque cuando se unen los puntos descubrimos cuán necesario fue que ocurriera todo tal como sucedió (esto es lo más duro y difícil). Y, tercero, para, una vez recordado todo esto, intentar generar esos cambios "dolorosos" para que siempre seamos la mejor versión de nosotros mismos..
ResponderEliminarGracias Mariló!!!
besazo